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Iba acompañado del conde de Negri, y esto le hizo comprender que el valiente vizcaíno, resistente hasta entonces a los halagos de la gente mojigata, se había dejado seducir al fin. Se saludaron y siguió adelante. Abriole la puerta Tablas.

Era el medio más largo, pero el más seguro, pues Liette no podía alarmarse por una conducta tan cortés y correcta, a no ser una coqueta farsante o una ridícula mojigata. Raúl le mostraba un respeto caballeresco y evitaba cuidadosamente esa galantería trivial y esas atenciones indiscretas a que su situación la exponía, y se lo agradecía infinito.

Aquí se paró el escritor, mil veces desdichado, porque se le acabaron las ideas; y no pudo decirla verdad al país, porque su imaginación no se apartaba de Juanita, de la impertinente y mojigata mamá, de los clerizontes y monagos que influían en la casa, de los carneros, bueyes, cabras y asnos del futuro Marqués de los Cuatro Vientos.

¿He soñado que, al decir esto, me miraba de reojo? ¡Ah! no, eso no. Consiento en prestarle todos los servicios que pueda, porque le quiero mucho. Es el ser de este mundo a quien y yo debemos más, pues ha sido, más que un tutor, un padre para nosotros. Le soy enteramente adicto, pero no hasta el punto de casarme con su mojigata.

La pureza de su alma, la bondad de su corazón le impidieron caer en los aborrecibles defectos de la gente mojigata. No gustaba de murmuraciones ni de chismes, y jamás tomó parte á favor ni en contra de las distintas camarillas que se disputaban con ensañamiento el predominio de la sacristía.

Poner en evidencia, en ridículo, en berlina, a tres... a dos personas respetables; porque el tal Pulidete era un parvenu, un cursi, un cualquier cosa, que se lo tenía todo muy bien merecido... Mentira parecíale que Pepe Butrón, un hombre de tanto talento, se hubiese tirado una plancha semejante, y sin duda fue el Pulidete quien le dio el mal consejo. ¡Proponer a María Villasis para presidenta!... ¡Si eso no se le ocurre ni al que asó la manteca!... Y claro está, sucedió lo que tenía que suceder: que la muy mojigata dio con todo al traste, pero con un atrevimiento, con una insolencia, aludiendo claramente a la pobre Curra, diciendo con una risita de mil demonios que su modestia le impedía ser ella presidenta donde había una vicepresidenta tan digna... Y la pobre Curra calló, calló por prudencia; pero bien se le conoció que quedaba sentidísima...

Miguelina, a pesar de su aparente indiferencia de mojigata, devora con los ojos a su hijo, y éste siente por uno y otra un afecto que le encubre y disimula todos sus defectos.

Celestina, desesperada, se acercó al lecho de su padre, lloró otra vez, de rodillas, con la cabeza hundida en el flaco jergón, mientras don Santos repetía con voz pausada, débil, que tenía una majestad especial, compuesta de dolor, locura, abyección y miseria: ¡Mojigata, sal de mi presencia!