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Actualizado: 9 de julio de 2025


Mi tía Úrsula, hermana mayor de mi madre, solterona romántica, comenzó a enseñarme a leer. Doña Celestina era como el espíritu de la tradición en la familia Aguirre; la tía Úrsula representaba la fantasía y el romanticismo. Cuando mi tía Úrsula llegaba a casa, solía sentarse en una sillita baja, y allí me contaba una porción de historias y de aventuras.

Mientras Antoñona iba rumiando y concertando en su mente todas estas cosas, D. Luis, no bien se quedó solo, se arrepintió de haber procedido tan de ligero y de haber sido tan débil en conceder la cita que Antoñona le había pedido. Don Luis se paró a considerar la condición de Antoñona, y le pareció más aviesa que la de Enone y la de Celestina.

El primer día de diciembre Celestina se propuso, de acuerdo con don Custodio, dar el último ataque para conseguir que su padre admitiera los Sacramentos. Al entrar, por la mañana, a eso de las ocho, don Pompeyo Guimarán, que venía soplándose los dedos, la beata le detuvo en la tienda abandonada, fría, llena de ratones.

¿A qué hora tiene que pagar? A las tres se dejó decir la otra con gran espontaneidad. Aún sobra tiempo. Oyose el ruido de la puerta que Celestina había cerrado de golpe, al salir en busca del café.

Iba la abuela a protestar vigorosamente, cuando me apresuré a calmar a Celestina recordándole las palabras de San Pablo: «El que casa a su hija hace bien; el que no la casa hace mejorCreí que se iba a desmayar de gusto al oír estas palabras. Ese es un santo bueno... Ese es un santo grande... Ese es un santo... santo. No hay como los apóstoles. No hay como los Papas replicó la abuela.

Doña Celestina dijo Reyes con voz melosa, humilde, apenas perceptible, con ánimo de que el señor cura y su acompañamiento no dieran una interpretación heterodoxa a sus palabras ; doña Celestina, haga usted el favor de arrimarse a este rincón, porque ahí está usted en la corriente. Déjeme usted a , D. Bonifacio. El delegado del párroco empezó sus latines, que Bonifacio entendía a medias.

«¡Qué indecenciapensó, sintiendo el despecho atravesado en la garganta. Y sin saber que parodiaba a Glocester, añadió: «¡Se la quieren echar en los brazos! ¡Esa Marquesa es una Celestina de afición!». «¡Y venían cantando!».

Pero, Celestina dijo Genoveva con una débil sonrisa, no es una perdición el casarse. , señorita aseguró Celestina; en los hombres es puro vicio y en las mujeres una torpeza... ¡Bueno!... Ya está la especie humana rápidamente juzgada exclamó Petra en medio de las risas de todas. Pues bien, Celestina añadió Francisca muy seria, encuentro que tiene usted razón.

Bastantes novelas en diálogos, imitando la de Fernando de Rojas, se escribieron después: algunas notabilísimas por la elegancia y gracia del lenguaje, por el ingenio y por el chiste, y dejando muy atrás a La Celestina en sus desenfadadas verduras. La Comedia Serafina, reimpresa también pocos años ha por los señores marqués de la Fuensanta del Valle y D. José Sancho Rayón, da testimonio de ello.

La conversación continuó así, con un lujo de detalles de esa avaricia campesina tan repugnante, y cuando llegaron a un arreglo definitivo, doña Celestina gritó a sus hijas: ¡Que venga la Shele! Vino la Shele, pálida, con los ojos bajos y las ojeras moradas. Hemos quedado de acuerdo en que te casarás con este joven. Bueno, señora contestó ella, con una voz débil como un sollozo. ¿No dices nada?

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