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Llamó al médico, y al verle entrar en su cuarto túvole por precursor y heraldo de la muerte. Nada sacó en limpio. ¿Era dispepsia, gastralgia, pirosis? ¡Oh, inútil ciencia! ¡Oh, vanidad moderna! Una buena Celestina le hubiese valido más que el mismo Hipócrates.

La facilidad y animación de su diálogo en prosa, su pintura verdadera de costumbres, sus caracteres bien determinados y exactos, podían servir de modelos á los poetas dramáticos del siglo XVI. El influjo especial de La Celestina fué mucho más vasto y duradero, y es interesante explicar por ella muchas particularidades de la comedia española posterior, más perfecta.

Melisa, señor, no se queda nunca en casa, y Hugo y yo la vemos hablar con uno de aquellos cómicos y en este momento está con él, y, además, ayer nos dijo a Hugo y a que podía echar un discurso tan bien como la señorita Celestina Montemoreno, y se puso a declamar... Y el niño se calló, como asustado. ¿Qué cómico? exclamó el maestro.

Pobre Celestina... ¿En qué consiste que el cerebro llega a estrecharse hasta ese punto? No creo que el de Celestina haya tenido nunca una amplitud notable... Lo admito, en cuanto a Celestina. Pero ¿crees que es una excepción? No, hija mía. Ese es uno de los escollos del celibato, pues, en mi concepto, hay más peligro de mezquindad en la mujer que vive sola que en la que tiene marido e hijos.

Además dijo entre dientes, he prometido dos centavos a San Antonio si sale bien la gran merienda. Esa gran merienda de que habla Celestina con énfasis, es un simple que todos los años, el 25 de noviembre, ofrece la abuela a sus amigas y a las mías solteras.

El enfermo perdía el uso de la poca razón que tenía muy a menudo; se necesitaba alguna impresión fuerte para que volviese a discurrir lo poco que sabía. La entrada de don Robustiano, o sea de la ciencia, le hacía volver la atención a lo exterior. Al medio día le anunció Celestina que quería verle el señor Carraspique.

Estaban dando las dos cuando la campanilla sonó alegremente a impulso de un mano viva y nerviosa. Es la señorita Francisca, seguramente dijo Celestina, yendo a abrir sin apresurarse. Era ella, en efecto, que venía con Petra Brenay, Genoveva Ribert y sus madres, a buscarme para dar un paseo. Acepté con entusiasmo.

Sus personajes todos, Celestina, Sempronio y Parmeno, Elicia, Areusa y el admirable rufián fanfarrón Centurio, están pintados de mano maestra y hacen y dicen lo que deben.

Ya era cristiano Antonio Diego Sebastián; doña Celestina le había tomado de brazos del tío padrino, y sentada en la tarima de un confesionario, junto a una capilla, rodeada de aquellos amigos y curiosos, se entendía hábilmente con cintas y encajes para volver a sepultar bajo tanto fárrago de lino el cuerpo débil, flaco, de la criatura.

Veo que no sacaré nada de esta obstinada y tomo el sabio partido de dejarla cumplir su voto, que no puede ser más que alguna cosa edificante, pues Celestina piensa siempre en todo y por todo, en la edificación del prójimo... ¡Es hermoso!... 22 de noviembre. Esta mañana nos hemos reído mucho la abuela y yo.