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El capitán leía sentado cerca de la mesa; la muchacha estaba haciendo la cena allí mismo; el viejo criado raspaba el mango de una azada. El capitán se levantó al verme, con aire de alarma; yo le rogué que se sentara, y le dije quién era y a lo que iba. La muchacha salió del cuarto. ¿De manera que usted es nieto de doña Celestina? me preguntó el capitán. , señor. ¿Hijo de Clemencia?

De manera decía doña Celestina con voz imperiosa que yo le doy a la Shele cuatro onzas y dos vacas. Y las azadas y el trillo añadía Machín el viejo. Bueno, y las azadas y el trillo. ¿Con esto estamos ya conformes? Es que ... decía Machín padre, rascándose la cabeza como la chica ha quedado en ese estado, yo no si estará bien..., porque las gentes dirán que ... Eso ya os lo he dicho antes.

Así resulta vano en mi sentir, el propósito que tuvo Fernando de Rojas o que supuso que tuvo, de adoctrinar a los jóvenes enamorados para que no se fiasen de sirvientes inmorales y lisonjeros y de mediadoras perversas como Celestina.

El secreto á voces. Hado y divisa de Leónido y Marfisa. Las armas de la hermosura. Duelos de amor y lealtad. El segundo Scipión. El castillo de Lindabridis. Don Quijote de la Mancha. La Celestina. No hay cosa como callar. El José de las mujeres. El triunfo de la Cruz. Los empeños de un acaso. Primero soy yo. El agua mansa. Agradecer y no amar. Para vencer á amor querer vencerle.

Pasamos la vista por la Celestina, primer monumento de importancia de nuestra literatura novelesca, y advertimos que los burdeles que en ella tan admirablemente se descubren son casi idénticos á los que hoy existen, que sus personajes piensan, hablan, bromean como los que á todas horas tropezamos en la calle.

Que pesara sobre su conciencia la brutalidad que había hecho. Seguí visitando a la Shele diariamente. No había manera de hacerla reaccionar. Estaba decidida a dar un adiós definitivo a la vida. Ante una resolución tan firme de morirse, todos los planes terapéuticos se estrellan. A los quince días hubo que confesar y dar la Unción a la Shele. Doña Celestina y sus hijas fueron a verla.

Nadie sabe como él llevar una carta a su destino, y, según los casos, dejarla precipitadamente o lograr en seguida la contestación. Es maestro en negar o permitir oportunamente la entrada a las visitas, y en cuanto a intervenir y ser ayudante y, tercero en aventuras e intrigas amorosas, no hay Mercurio ni Celestina que le aventaje.

El seminarista peca por otro concepto: es real, pero con realidad bestial y grosera, que el autor marca y acentúa con verdadero encarnizamiento y saña. Su tía vale mucho más, y a veces habla una lengua digna de la mismísima madre Celestina.

Solté una sonora carcajada al leer esta epístola fantástica y también la abuela se rió de buena gana. Está decididamente en el aire la manía de escribir dijo enjugándose los ojos que estaban llenos de lágrimas. ¡En qué siglo vivimos!... Y proponer a San Pablo... Es una broma de Francisca dije a la abuela, en cuanto pude respirar. La pobre Celestina ha sido sugestionada.

Dejando nosotros a un lado la moralidad, a fin de que no salga mal parada de esta cuestión en vez de salir victoriosa, y prescindiendo también del desafuero inverosímil que sirve de fundamento a los amores de Melibea y de Calixto, bien podemos afirmar que en todos los pormenores de la tragicomedia hay tan pasmoso realismo y tan bien observada y expresada pintura de caracteres y de afectos que, no ya los críticos españoles a quienes pudo cegar la vanidad patriótica, sino los más eminentes críticos de otros países, como Gervinus en su Historia de la poesía alemana, ponderan el influjo de La Celestina en la novela y en el drama de la edad moderna, y entienden que hasta la aparición de Shakespeare no hubo en la tierra más profundo observador ni más hábil pintor del alma humana que el bachiller Fernando de Rojas.