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Actualizado: 9 de noviembre de 2025
«¡Virgen del Carmen! exclamó para sí Rosalía . ¡Con qué gente me he metido!... Si el Señor me saca en bien de este mal paso, nunca más volveré a dar otro semejante». Celestina dijo la mellada en tono amistoso , ¿y yo no me peino hoy? La otra explicó su tardanza con lo mucho que tenía que hacer.
«Pase usted por aquí dijo Refugio a la señora de Bringas indicándole la puerta del gabinete . Celestina, ayúdame a desocupar estos sillones». La que respondía al nombre de Celestina debla de ser criada. Así lo pensó nuestra amiga en los primeros momentos, mas luego hubo de rectificar este juicio.
La Celestina, tragicomedia de Calixto y Melibea, es el título de un libro que apareció en Salamanca en el año de 1500, y uno de los más célebres de la literatura española. Esta extraña producción, semi-dramática y semi-novelesca, fué compuesta por dos escritores. El nombre del primero, que trazó su plan fundamental, aunque sólo escribiera un acto, no puede señalarse con entera evidencia.
La cocina podría albergar un ejército de marmitones; sólo las cacerolas y los peroles de cobre vigorosamente frotados ponen en ella una nota alegre que continúa la cocinera, reluciente como una alhaja. Aquel es el domicilio de Celestina, su triunfo, su admiración, su gloria, el orgullo y el amor de su vida.
Pues no quiero hablar de los que viven de gorra, como muchitos a quienes yo conozco, que van a los teatros con billetes regalados, que viajan gratis, y hasta se ponen vestidos usados ya por otras personas... ¡Todo por aparentar!... Cuando veo a estos tales, me pongo yo muy hueca, porque no debo a nadie, y si lo debo lo pago; vivo de mi trabajo, y nadie tiene que ver con mis acciones, y lo primero que digo es que no engaño a nadie, que el que no me quiera así que me deje, ¿está usted?, porque de lo mío como... Celestina, vete a Levante y di que nos traigan café. ¿Quiere usted café?».
Todo estaba aún sin arreglar, el gabinete como una leonera, la alcoba lo mismo... Cuando Refugio acabó de tomar su café y Celestina empezaba a poner algún orden en el gabinete, Rosalía, no pudiendo refrenar su impaciencia, cerró con estrepito el abanico... «Debe de ser muy tarde. Las tres menos cuarto quizás».
En su lugar de usted daría algún paso cerca del señor cura para obtener que Santa Catalina, que es una solterona de pacotilla, sea puesta en la puerta de la corporación y que San Pablo sea nombrado patrono en su lugar. ¡Cuánta razón tiene la señorita y qué bien estaría eso!... Me apresuré a despedir a Celestina e hice reproches a Francisca.
No exclamó alegremente... Quiero que el té de la señora sea perfecto. Eso hará rabiar a Mariana, la cocinera de la señorita Bonnetable añadió con la cara llena de satisfacción. ¿Por qué ha de rabiar? La señorita sabe bien que en el último té de la señorita Bonnetable los pasteles de chocolate estaban quemados. ¡Ah! y los tuyos... Los míos son siempre perfectos respondió Celestina con vehemencia.
Sí, el pan del cuerpo... ¡que muero de hambre... de hambre!... Fueron sus últimas palabras razonables. Poco después empezaba el delirio. Celestina lloraba a los pies del lecho. Don Antero, el cura, se paseaba, con los brazos cruzados, por la sala miserable, haciendo rechinar el piso.
Pobre señor cura, tiene miedo... Teme a los gendarmes de Dios, ¿verdad, abuela? ¿Qué gendarmes, hija mía? Todas las devotas del género de Celestina, son los gendarmes de Dios... A ellas corresponde la vigilancia de la parroquia entera, desde el señor cura hasta el último niño del catecismo... Es seguramente un monopolio. Exageras, Magdalena.
Palabra del Dia
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