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Actualizado: 21 de junio de 2025


Tenía D. Valentín cerca de sesenta años de edad, pero parecía mucho más viejo, porque no hay cosa que envejezca y arruine más el brío y la fortaleza de los hombres que esta servidumbre voluntaria y espantosa, á que por raro misterio de la voluntad se someten muchos, cediendo á la persistencia endemoniada de sus mujeres.

Y se llamó bárbaro, porque recordó que, cediendo á la costumbre tradicional en la familia, que nunca tuvo más correspondencia que la del pleito, había añadido á su amigo una posdata cuyo significado ignoraba éste.

Entonces su mujer, cediendo á un irresistible impulso de su corazón, echó los brazos al cuello de su marido, y con el torrente de sus lágrimas arrancó al fin ¡las primeras, tal vez! de los torvos ojos de aquel rudo marinero.

La madre contestó por ella: Niña, no seas mal criada; contesta a tu tío lo que debes contestar: Tío, con mucho gusto; cuando Vd. quiera. Este Tío, con mucho gusto; cuando Vd. quiera, entonces, y varias veces después, dicen que salió casi mecánicamente de entre los trémulos labios de Pepita, cediendo a las amonestaciones, a los discursos, a las quejas y hasta al mandato imperioso de su madre.

La escuadra española no debía salir de Cádiz, cediendo a las genialidades y al egoísmo de M. Villeneuve. Aquí se ha contado que Gravina opinó, como sus compañeros, que no debían salir. Pero Villeneuve, que estaba decidido a ello, por hacer una hombrada que le reconciliase con su amo, trató de herir el amor propio de los nuestros.

Pero no contó con la huéspeda, la cual en esta ocasión fue Marroquín, quien indignado de aquel acto brutal, o por ventura cediendo a la aversión que le inspiraban todos los clérigos, acudió velozmente en auxilio de su compañero, y sujetando a su vez al cura por la espalda, le apretó tanto la cintura, que aquél se vio obligado, no solamente a dejar en paz a D. Leandro, sino a pedir con voz quejumbrosa misericordia.

Para lo cual, cediendo á su inveterada costumbre de caracterizarse, se vistió de pies á cabeza, y se tiñó la nariz y las mejillas de rojo, dándose de ese modo á mismo la impresión de que era un cochero borracho. Sus camaradas le embromaban por aquel celo, que estimaban inútil. Pero él repuso: No lo creáis: esto me ayuda á «entonar las palabras».

Pero después de haber realizado su intento y avanzar rápidamente los primeros pasos, el recién venido pareció de pronto titubear, vacilante: la irritación que le encendía el rostro fue cediendo ante la confusión y la angustia. Al llegar al umbral y ver al cadáver se llevó una mano al corazón, se recostó contra el marco de la puerta, intensamente pálido, a punto casi de desmayarse.

Entonces tuvo impulsos de llamarle; gritó; no fué oído; lloró lágrimas de desesperación; golpeó violentamente con sus manos la puerta y el cerrojo, y al fin, cediendo á la fatiga y al trastorno mental, cayó de nuevo en aquel letargo extraviado y doloroso de que le sacara momentos antes la llegada de su tío. #El abate#.

Por la mal entornada puerta de la alcoba se veía un lecho grande, dorado, de armadura imperial, sin deshacer y con las ropas en desorden, como si alguien hubiera acabado de levantarse. Refugio creía que la señora de Bringas la visitaba, cediendo al fin a sus instancias, para ver los artículos de su industria. «Ha venido usted un poco tarde le dijo . ¿Sabe usted que estoy vendiendo todo?

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