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Actualizado: 21 de junio de 2025


Ella la había defendido cuando las otras mujeres del gran mundo, cediendo al instinto de conservación, le hacían la guerra y le cerraban la entrada de sus casas, temiendo por la fidelidad de sus maridos. Como jugaba en Monte-Carlo todos los inviernos, había acompañado á la princesa hasta sus últimos instantes. Me quería más que mi madre... Tal vez se acordaba de que pude ser su hija.

A las veces, después del trabajo, me encerraba yo en mi habitación, o, cediendo a mis inclinaciones de soñador, me iba a vagar por los campos, deseoso de estar solo con mis pensamientos, con el recuerdo de Linilla. Cuando don Carlos me veía salir o advertía que estaba yo en mi cuarto, me detenía o me llamaba. ¿A dónde va usted? ¿Qué hace usted allí? Vengase a charlar con nosotros.

Yo, entre tanto, empecé á corretear por las cercanías, sin sospechar que mi padre no había tomado alimento desde el día anterior. No obstante, me hice cargo pronto de que su ardor iba cediendo y las fuerzas le abandonaban poco á poco. Movía los brazos con dificultad y á menudo se detenía para tomar aliento. Sin darme cuenta de ello, cesé de enredar y me fuí acercando á él, mirándole en silencio.

Cuando exclamaba ella, casi rendida ya á mi voluntad, cayendo entre mis brazos, doblándose quebrantada al toque de mis labios, recibiendo mis besos y mis caricias, cediendo á un impulso irresistible, y no obstante luchando: "¡Dios mío, mátame antes que caiga de tu gracia! ¡Prefiero morir á pecar!;" cuando decía esto, que hoy ha repetido á propósito de su hija, no me inspiraba compasión, no me apartaba de mi mal propósito; antes bien era espuela con que aguijoneaba mi desbocado apetito. ¡Cuán hermosa me parecía entonces, al pronunciar, con voz entrecortada por los sollozos, aquellas palabras, á las cuales yo no prestaba sino un vago sentido poético, y en cuya verdad profunda yo no creía!

Fortunata pensó que, en efecto, se había atufado, pero no con brasero. Cediendo a los ruegos de su marido y de doña Lupe, se acostó, y a prima noche estaba más tranquila, desvelada, sin ningún apetito, oyendo con desagrado el ruido de los platos y cucharas que del comedor venía a la hora de cenar.

Seis musulmanes caen en pocos instantes muertos; los demas, cediendo al terror, huyen en encontradas direcciones dejando la azala interrumpida. Solo el Imam y unos pocos devotos permanecen en sus puestos.

Instintivamente, sin saber qué hacían, cediendo ambos a un impulso irreflexivo, tal vez movidos por los invisibles genios y espíritus de la selva, acercaron sus rostros y se dieron un beso. Plácido se creyó por breves instantes transportado al paraíso; pero la realidad más cruel hubo de mostrarle en seguida que estaba en la dura y áspera tierra.

Así sería dijo la muchacha si yo, desmintiendo la lealtad de mi carácter, no hubiese en esta ocasión engañado a vuecencia. Don Andrés era un hombre de mucha calma y de bastante mundo. Presumió que la muchacha quería hacerse valer, ir cediendo poco a poco y no declararse, desde luego, vencida.

Entonces su mujer, cediendo á un irresistible impulso de su corazón, echó los brazos al cuello de su marido, y con el torrente de sus lágrimas arrancó al fin ¡las primeras, tal vez! de los torvos ojos de aquel rudo marinero.

La algazara de los premiados, que iba cediendo algo, se aumentó con la llegada de Guillermina, la cual supo en su casa la nueva y entró diciendo a voces: «Cada uno me tiene que dar el veinticinco por ciento para mi obra... Si no, Dios y San José les amargarán el premio».

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