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Actualizado: 19 de julio de 2025


Los violines los tocan unos militares británicos, que contestan con sonrisas de brillante marfil á los aplausos y aclamaciones del público. Sustituyen á los antiguos ziganos de casaca roja. Las mujeres señalan á uno de ellos, repitiéndose el nombre del padre, lord célebre por su nobleza y sus millones. «Gocemos locamente, hermanos, que mañana hemos de morir

Es que las preocupaciones clásicas europeas del escritor desfiguran al héroe, a quien quitan el poncho para presentarlo desde el primer día con el frac, ni más ni menos como los litógrafos de Buenos Aires han pintado a Facundo con casaca de solapas, creyendo impropia su chaqueta, que nunca abandonó. Bien; han hecho un general, pero Facundo desaparece.

Le bastó la primera ojeada para darse cuenta da que debía pertenecer á los niños de una familia subida al buque en Nueva Zelandia. La cubierta del libro era en colores, y el dibujo de ella le hizo conocer su título antes de leerlo. Vió un hombre con sombrero de tres picos y casaca de largos faldones, que tenía las piernas abiertas como el coloso de Rodas y las manos apoyadas en las rótulas.

Este era un escribiente muy conocido en Legaspi, y su traje consistía en zapato bajo de charol, pantalón negro con ancha franja dorada, casaca azul con vueltas rojas en faldones y solapas y kepis con insignias de coronel, completando su atavío relucientes espolines, ancha espada de cazoleta, tricolor banda de seda, descomunales condecoraciones de papel dorado, amplios guantes de algodón y grueso palasán con puño de plata.

Don Diego, como queda dicho, llevó á D. Fadrique á la ciudad. Tenía D. Fadrique trece años, pero estaba muy espigado. Como iba de visitas de ceremonia, lucía casaca y chupa de damasco encarnado con botones de acero bruñido, zapatos de hebilla y medias de seda blanca, de suerte que parecía un sol.

Sobre las armas traía una sobrevista o casaca de una tela, al parecer, de oro finísimo, sembradas por ella muchas lunas pequeñas de resplandecientes espejos, que le hacían en grandísima manera galán y vistoso; volábanle sobre la celada grande cantidad de plumas verdes, amarillas y blancas; la lanza, que tenía arrimada a un árbol, era grandísima y gruesa, y de un hierro acerado de más de un palmo.

El señor subprefecto, despechugado como un bohemio, estaba echado boca abajo sobre la hierba. Habíase quitado la casaca, y mascando flores, el señor subprefecto componía versos. Al despertarme el domingo último e incorporarme en el lecho, creí, por un instante, que estaba en la calle del Faubourg-Montmartre. Llovía; el cielo estaba gris; el molino triste.

Vio que las costumbres de Madrid se transformaban rápidamente, que esta orgullosa Corte iba a pasar en poco tiempo de la condición de aldeota indecente a la de capital civilizada. Porque Madrid no tenía de metrópoli más que el nombre y la vanidad ridícula. Era un payo con casaca de gentil-hombre y la camisa desgarrada y sucia. Por fin el paleto se disponía a ser señor de verdad.

El Rey tenía empeño en ello, y le había prometido regalarle el uniforme con todos los accesorios de espada, espuelas y demás. ¡Qué guapín estaría su papá con su casaca blanca, toda blanca!... Al llegar aquí, la pobre niña sentía empapado enteramente su ser en una idea de blancura; al propio tiempo una obstrucción horrible la embarazaba, cual si las cosas que reproducía su cerebro, muñecos y Palacio, estuvieran contenidas dentro de su estómago chiquito.

No parecía sino que la naturaleza tomaba su parte de complicidad en el crimen. Entreabrióse el postigo de la casa, y por él salió cautelosamente Fortunato, llevando al hombro, cosido en una manta, el cadáver de Aquilino. Benedicta lo seguía, y mientras con una mano lo ayudaba a sostener el peso, con la otra, armada de una aguja con hilo grueso, cosía la manta a la casaca del joven.

Palabra del Dia

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