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Actualizado: 19 de julio de 2025


Pasaban los invitados a la procesión caminando apresuradamente, muy satisfechos de atraer la atención de la embobada muchedumbre: unos de frac, luciendo condecoraciones raras; otros con uniforme de Maestranzas y Órdenes de caballería, vestimentas extrañas, con el sombrero apuntado y la casaca de vistosos colorines, que daban a sus poseedores el aspecto de pájaros exóticos.

De nuevo una caja ascendente lo llevó más arriba de la superficie del suelo. Abrió una puerta de cristales. Un viejo lacayo con casaca azul, calzón corto y medias blancas se inclinó algo sorprendido al reconocer después de una breve vacilación al príncipe Lubimoff. Estaba en el Sporting-Club. Hacía años que no había entrado allí: desde antes de la guerra.

Y se presentaba con una prontitud escénica, como si esperase entre bastidores, un lacayo de casaca azul y oro llevando en las manos una linterna sorda y un gancho para huronear entre las piernas de los jugadores, hasta que encontraba el objeto perdido. Una disciplina de buque de guerra, donde cada cosa está en su lugar y cada hombre en el sitio de sus funciones, se notaba en las vastas salas.

Pues con decirte que estos seis retratos le costaron a mi padre cuarenta duros y el hospedaje del pintor, que todavía se consideraba rumbosamente pagado, te digo cuanto hay que decir sobre el mérito de su pincel. Y este señor del pelucón y casaca bordada, ¿quién es? preguntó Nieves.

Aquellos tres hombrachos armados de carabinas cortas de Inspruck, con polainas altas de color azul y botones de cuero que les subían por encima de la rodilla, las espaldas cubiertas con una especie de casaca de piel de cabra y el sombrero muy echado atrás no se habían dignado siquiera acercarse al fuego.

Aquel viejo que viene allí: ¡mírale qué serio viene! ; el de la casaca verde, ¡va bueno! Dejad, dejad. ¡Pum! en el sombrero. Seguid hablando y no miréis. Efectivamente, el sombrero del buen hombre produce un sonido seco: el acometido se para, se quita el sombrero, lo examina. ¡Ahora! dice la turba. ¡Pum! otra a la calva.

Los papeles están cambiados: el gaucho toma la casaca; el militar de la independencia el poncho; el primero triunfa; el segundo va a morir traspasado de una bala que le dispara de paso la montonera. ¡Severas lecciones, por cierto!

Al través de un arco con columnas, mal cerrado por un portier hecho de rico tapiz en el que figuraban un joven con casaca y peluca de rodillas delante de una joven con traje Pompadour, veíase un magnífico lecho de caoba con dosel. Así que llegaron a esta cámara, la dama se dejó caer con negligencia en una butaquita muy linda y volvió a decirle con sonrisa burlona: ¡Qué! ¿no te alegras de verme?

Ahora echaba miradas torvas al grupo contestando distraídamente al conde de Cotorraso, que desde hacía algún tiempo le mostraba una terrorífica predilección cogiéndole de la solapa dondequiera que le hallaba para explicarle su nuevo método de destilación del aceite. Con su lujosa casaca y peluca blanca de caballero del siglo pasado, el joven concejal no había ganado en dignidad. Parecía un lacayo.

Si le ofrecen una plaza en los ejércitos la desdeñará, porque no tiene paciencia para aguardar los ascensos, porque hay mucha sujeción, muchas trabas puestas a la independencia individual, hay generales que pesan sobre él, hay una casaca que oprime el cuerpo y una táctica que regla los pasos; ¡todo esto es insufrible!

Palabra del Dia

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