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Actualizado: 25 de septiembre de 2025
Cada una de esas calles es como un callejón profundo entre dos filas de rocas y barrancos; y sobre cada lado ó fila se ven como bocas ó respiraderos de hornos que sueltan bocanadas de humo en medio de pobres jardincitos y plantaciones reducidas de alóes enanos, de tunales tupidos cuajados de flores amarillas y frutas de carmín entre espinas, y de habas y judías.
Instintivamente nos habíamos acercado a la ventana, pues la puesta de sol prometía ser hermosísima aquella tarde. Las gárgolas y demás partes salientes de la enorme catedral tenían ya perfiles de fuego, y las copas de los árboles de la plazoleta y hasta las hortensias de mi balcón empezaban a teñirse de carmín. Súbitamente, mi compañero dió un grito de sorpresa.
Sus ojos azules, dulces de ordinario, lanzaban centellas luminosas; su afilada y recta nariz, hinchada por la cólera, mostraba muy dilatadas las ventanillas; las cejas, frunciéndose en el centro, daban mayor majestad a su frente; la boca entreabierta dejaba ver unos dientes blancos, iguales y firmes, y sana frescura y vivo color de carmín en encías y lengua.
Se había quitado los manteos, quedándose en sotana, libre y desembarazado como si estuviera en su casa. Godofredo se levantó apresuradamente al ver a Mario y sus cándidas mejillas se tiñeron de vivo carmín. ¿Tú por aquí? ¡Cuánto me alegro! Y le abrazó cariñosamente y le obligó a sentarse, poniéndole una copa delante. D. Jeremías no se levantó.
El crepúsculo, abriendo la noche por Oriente, hace brillar los astros con claridad creciente, descolora el ocaso su franja de carmin; sobre el agua, el reflejo de los astros se mece, surcos, senderos, bosques, todo se desvanece, el pasajero inquieto duda por dónde ir. El dia es para el dolo, el mal y la fatiga. Recemos. Vé la noche. ¡La noche, dulce amiga!
La navegación, que duró dieciocho días, no pudo ser más próspera. Nos detuvimos y desembarcamos en Bahía de Todos los Santos, antigua capital del Imperio, y en la hermosa ciudad de Pernambuco. Al abandonar luego las costas de América, tal vez para siempre, sentí nueva aunque dulce melancolía. Era al ponerse el sol entre nubes de carmín y de oro.
¡Está bien! dijo después de leerlos; éstos son los artículos en que habíamos convenido con el señor Duque... El dote que yo aseguro a mi hermana... ¡Ah! dijo la Condesa sorprendida, y un ligero carmín cubrió sus mejillas, ordinariamente tan pálidas. ¡He aquí unas condiciones que nunca se me habían impuesto! ¿Las conoce usted, Fernando?
Ambos reconocieron cierta alarmante alteración en la circulación de la sangre, que por la fiebre sola no se explicaba. El corazón tenía una actividad, enfermiza y un excesivo desarrollo. El pulso era vibrante y duro. El lado izquierdo del pecho de la enferma se estremecía con las palpitaciones. Un vivo carmín teñía las mejillas de Doña Blanca, de ordinario pálidas.
Su inteligencia lúcida había penetrado en todos los secretos del juego de prendas y sabía sacar de cada uno el partido posible, extraer todo su jugo, según pedían las circunstancias. Por ejemplo, cuando una señorita debía contentarle, quedaba sordo instantáneamente. La joven se veía obligada a inclinarse más y más, hasta que sus labios de carmín rozaban la oreja del capitán.
Pantaleón me ha advertido el otro día que hacía tres meses que vivías con nosotros y que aún no habías contribuido con nada a los gastos de la casa... Una ola de carmín inundó repentinamente las mejillas de Mario. La vergüenza le impidió al pronto articular palabra.
Palabra del Dia
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