United States or Zimbabwe ? Vote for the TOP Country of the Week !


Quiso ocupar una butaca, pero la marquesa se opuso. No; aquí, á mi lado. Así nadie podrá oirnos. Y lo obligó á sentarse en el sofá, junto á ella. Tenía el rostro pálido y la mirada dura, como si aún estuviese conmovida por recientes y desagradables impresiones. La pelea de Pirovani y Canterac había pasado á segundo término en su memoria.

Canterac se apartó, visiblemente ofendido por esta predilección. Moreno hablaba á Robledo como escandalizado, señalando el frac de Pirovani: ¡Y para ese gran negocio emprendió su viaje con tanto misterio!... El español se alejó de él para hablar con Watson.

Canterac, que encontraba ridicula esta conversación, hizo ademanes de impaciencia y murmuró protestas para reanudar la marcha; pero ella no quiso escucharle y continuó hablando al gaucho con sonriente interés. Dicen de usted cosas terribles. ¿Son verdaderamente ciertas?... ¿Cuántas muertes lleva usted hechas?

Al llegar al salón se unieron á los tres varones que escuchaban inmóviles y apenas Elena hubo lanzado la última nota de su romanza, el italiano empezó á aplaudir y á dar gritos de entusiasmo. Canterac y el oficinista, por no ser menos, prorrumpieron igualmente en manifestaciones de admiración, expresándolas cada uno con arreglo á su carácter.

Primeramente vió al señor de Canterac, un francés, antiguo capitán de artillería, que, según afirmaban muchos que se decían amigos suyos, se había visto obligado á marcharse de su patria á consecuencia de ciertos asuntos de índole privada. Ahora servía como ingeniero al gobierno argentino, en obras remotas y penosas de las que huían sus colegas hijos del país.

Era el médico que Rojas había ido á buscar la noche anterior en el pueblo más próximo. Pasados unos minutos llegaron á la pradera Canterac, Torrebianca y Watson. El capitán y el marqués vestían largas levitas, menos flamantes que la de Pirovani, y corbatas negras: lo mismo que si asistiesen á un entierro. Watson llevaba simplemente un traje obscuro.

Era una señora de aspecto triste, con el pelo canoso y el rostro todavía fresco. A sus lados estaban sentadas dos niñas. Un muchacho de catorce años, su hijo mayor, de pie ante ella, escuchaba sus palabras... Y la madre acababa por mostrarles sobre el canapé de su modesto salón un retrato que representaba á Canterac joven, con uniforme militar.

Si quiere darme algo, se lo agradeceré; si no me da nada, me contento con la botella: un regalo de príncipe... Váyase, Robledo; este sitio no es para usted. Pero él permaneció inmóvil, deseando excitar su memoria para saber algo más de su misterioso pasado. ¿Y Canterac?... ¿Encontró usted alguna vez al capitán Canterac?...

El otro tampoco osaba dar un paso. Estaban los dos inmóviles, sin saber qué decirse, cuando apareció Robledo. Debía estar rondando desde mucho antes por las inmediaciones de la casa para adquirir noticias. Al reconocer á Canterac le miró con una expresión interrogante. ¿Y el otro?... Inclinó la cabeza Canterac y el marqués hizo un gesto doloroso que reveló á Robledo todo lo ocurrido.

Los vencedores siguieron en persecucion de Canterac que, sucesivamente y en buen órden, fué retirándose á Tarma, Jauja, Huancayo y Huamanga, llegando por fin á Cuzco con una pérdida de mas de 2.000 hombres.