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A ser Sardiola alguna pared de cal y canto, atendiera más a las invectivas de Miranda de lo que lo hizo. Con soberana indiferencia y fuerza hercúlea cargó en sus hombros el bello bulto inanimado, y separando al marido de un vigoroso empujón, tomó escalera arriba, no parando hasta depositar la preciosa carga en un sofá de la estancia mortuoria.

Al alejarse este peligro cesaron de sonar los instrumentos. Febrer vio al Cantó que se apoderaba del tamborcillo, sentándose en el espacio libre que antes ocupaban los bailarines. Las gentes se agruparon en semicírculo frente a él. Las respetables matronas avanzaban sus silletas de esparto para oír mejor.

Pero en medio de este caos, en que más y más se embrollaban sus ideas, oyó no ya rumores sordos y fantásticos, cual tambores lejanos, como le habían parecido los latidos precipitados de sus arterias, sino un ruido claro y distinto, y que con ningún otro podía confundirse: el canto de un gallo.

María tomó la guitarra que Pepe Vera le presentó de rodillas, y cantó: Más quiero un jaleo pobre, y unos pimientos asados, que no tener un usía desaborío a mi lado. A esta copla respondió un torbellino de aplausos, vivas y requiebros, que hicieron retemblar las vidrieras. Stein se puso rojo como la grana, menos de indignación que de vergüenza.

En el alto mundo, el flirt, el abominable, el odioso flirt, inventado por alguna americana sin temperamento, la vanidad disfrazada de Cupido, el ridículo en vez del placer, la vanagloria en vez de la pasión, el flirt, mezcla del viejo patitismo italiano y del cant británico, gimnasia del cretinismo social, obliteración de la naturaleza, traducción grotesca de un canto divino.

Los Golfines paseaban en los días buenos; en los malos tocaban el piano o cantaban, pues Sofía tenía cierto chillido que podía pasar por canto en Socartes. El ingeniero segundo tenía voz de bajo profundo, Teodoro también era bajo profundo.

Joaquinito, encarnado de placer, y un poco por el anís del mono que había bebido, creyó del caso coronar el edificio de su gloria cantando algo nuevo. Se puso en pie, estiró una pierna, giró sobre un tacón y cantó, o se cantó, como él decía: Ábreme la puerta, puerta del postigo.... «Era preciso acabar con las preocupaciones del pueblo. ¡La Regenta! ¿Dejaría de ser de carne y hueso?

En el pasado canto recontamos Del puerto que tomó el Zaratino: Escuchad pues agora que contamos El fin tan desastrado que le vino. En esta tierra, y puerto que tratamos, El triste Adelantado fuè mohido, Que bien cierto est

De un campo de centeno levantóse en rápido vuelo una alondra y se perdió en las nubes, mientras su alegre canto recordaba a Francisco la voz de purísimo timbre de la señora Liénard; entonces, en medio de su ensueño, la idea de ver a la joven en Rosalinda, filtró dulcemente en su alma una emoción profunda, tan suave como la tenue claridad que la muselina de las nubes tamizaba.

Allá a lo lejos suena el canto del cuco. No tardará en comenzar el ruiseñor. Clara sonreía viéndole feliz. Pocas veces le había oído aplaudir con tal entusiasmo ni aun a la misma naturaleza. Al llegar cerca del Sotillo el terreno descendía formando una cañada por donde saltaba el torrente que surtía de aguas las charcas de aquella finca.