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Actualizado: 17 de junio de 2025


Iba á su lado la buena baronesa y ambos siguieron andando hasta el puente de piedra que separaba el pueblo del castillo. Era el famoso guerrero de corta estatura y pocas carnes, y ni su aspecto ni sus maneras revelaban en él al esforzado campeón inglés cuyos altos hechos andaban en lenguas de todos.

Los tejados de la catedral, negruzcos y vulgares, extendíanse a los pies de Gabriel. Enfrente, sobre una colina, alzábase el Alcázar, más alto y enorme que el templo, como si guardase el espíritu del emperador que lo construyó. César del catolicismo, campeón de la fe, pero que ansiaba tener la Iglesia a sus pies. La ciudad esparcía sus techumbres en torno de la catedral.

No bien Plácido supo todo esto, el rencor antiguo se convirtió en lástima en su alma generosa, y resolvió ser el campeón de quien tan rudamente le había ofendido, probad su inocencia y librarle de la muerte. En el castillo no había nadie, sino el anciano servidor.

«Un dia los hijos del pueblo argentino Orlando sus sienes con lauro divino, Darán á sus manes sagrada ovacion, Y entonces nosotros los Andes cruzando Vereis que volvemos en triunfo llevando Los huesos proscriptos del grande campeon.» * El centinela contempló aquel muerto Que un huracan del mundo arrebató, Y arrodillado sobre el suelo yerto Humilde ante su gloria se postró.

Uno de los ciclistas, que era campeón laureado, iba y venía, adelantándose a los otros, y todos corrían más veloces que el jamelgo de Frasquito, quien tenía buen cuidado de no hacer locuras, manteniéndose en un paso y trote moderados. Nada les ocurrió en el viaje de ida.

Pues bien, por arte de encantamiento, esto es, por arte de aquella voz dulce y de aquellos ojos más dulces aún, que le miraban con elocuente expresión, se despojó súbitamente de sus opiniones anticlericales, transformándose en un decidido campeón del altar y en un fervoroso devoto de todos los santos y santas de la corte celestial.

Entró Roger en la habitación y quedó atónito al ver que de un fuerte garfio de hierro pendiente del techo colgaba un hombrecillo que era quien tan desaforadamente gritaba. El garfio lo tenía sujeto por el cinto y el infeliz manoteaba y perneaba como un poseído. ¡À moi, mes amis! seguía berreando, cárdeno el rostro. ¡Favor al campeón del Obispo de Montaubán! ¡À moi!

Fray Miguel no veía ni se forjaba en la mente un campeón que todo lo dirigiese y que se llevase la palma. Por bajo del pueblo estaban o surgían todos los campeones. Alborotados los reinos de Castilla y Valencia por las comunidades y germanías, allá en su pensar sigiloso Fray Miguel no estimaba mucho al joven, extranjero y ausente Emperador.

Temible campeón, comentó el príncipe; pero ya se adelanta el bravo de Morel, á pie y espada en mano, arma en que es quizás el más diestro de nuestro reino. Los combatientes se acercaron llevando al hombro y asidas con ambas manos las enormes espadas de combate.

¡Bertrán, Bertrán! llamó la vidente con dulce voz. Decidme, amada mía, qué me reserva la suerte. Un peligro grande te amenaza, Bertrán, en este mismo instante. ¡Bah! Un soldado está siempre en peligro, dijo el gran campeón francés con tranquila sonrisa. Pero tus enemigos se ocultan, se arrastran, te rodean en este momento. ¡Ah, Bertrán! ¡Guárdate!

Palabra del Dia

rigoleto

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