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Pero la vieja, pegada tenazmente al arco de la puerta, pudo ver de lejos á varias mujeres que pasaban y repasaban por los patios, en las evoluciones de su trabajo, todas ellas con pantalones anchos, lo mismo que si fuesen ciclistas.

Buena mañana de primavera; la gente alegre gritaba en los merenderos; pasaban por entre la arboleda, rápidos como pájaros de colores, los encorvados ciclistas con sus camisetas rayadas; por la parte del río sonaban cornetas, y sobre el follaje enjambres de insectos, ebrios de luz, moscardoneaban brillando como chispas de oro.

No quiso Dios que la vuelta fuese tan feliz como la ida, porque uno de los ciclistas, llamado, y no por mal nombre, Pedro Minio, de la piel del diablo, había empinado el codo más de la cuenta en el almuerzo, y dio en hacer gracias con la máquina, metiéndose y sacándose por angosturas peligrosas, hasta que en uno de aquellos pasos fue a estrellarse contra un árbol, y se estropeó una mano y un pie, quedándose inutilizado para continuar pedaleando.

Picó espuelas el diestro jinete, trotando hacia la calle de Toledo para tomar la de Segovia y seguir por la Ronda hasta incorporarse con sus amigos en la Puerta de San Vicente. Cuatro jóvenes de buen humor formaban con Antonio Zapata la partida de ciclistas en aquella excursión alegre, y en cuanto divisaron a Ponte y su gigantesca cabalgadura, saludáronle con vítores y cuchufletas.

Los demás los campesinos que pasaban en sus cochecillos saltarines, los cocheros de punto procedentes de la ciudad, los ciclistas, siempre apresurados sobre sus máquinas silenciosas estaban habituados a ver el alto muro y no paraban en él la atención.

Uno de los ciclistas, que era campeón laureado, iba y venía, adelantándose a los otros, y todos corrían más veloces que el jamelgo de Frasquito, quien tenía buen cuidado de no hacer locuras, manteniéndose en un paso y trote moderados. Nada les ocurrió en el viaje de ida.

Si cuantos se encontraban en su recinto se hubieran escapado o se hubieran muerto de repente, habríase tardado mucho en advertirlo; los campesinos en sus cochecillos y los ciclistas sobre sus máquinas silenciosas hubieran seguido pasando por delante del muro sin sospechar nada.