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Actualizado: 17 de junio de 2025
Llegó el ventero en aquel instante, precipitóse con Roger en auxilio del colgado, para lo cual tuvieron que subirse sobre la pesada mesa de encina en la que se veían los restos del refrigerio de ambos arqueros, y no sin trabajo lograron desenganchar al campeón del obispo. ¿Se ha ido? preguntó apenas puso los pies en el suelo. ¿Quién? El gigante, el monstruo de la cabellera roja. ¡Ah, vamos!
Pero para evitar tal cataclismo, allí estaba su Ramón, el azote de los malos, el campeón de la buena causa, que la sacaba adelante dirigiendo las elecciones escopeta en mano, y así como sabía enviar a presidio a los que le molestaban con su rebeldía, lograba conservar en la calle a los que con varias muertes en su historia, se prestaban a servir al gobierno sostenedor del orden y de los buenos principios.
Había dejado en esta ocasión la espada negra un mozo de Montilla, bravo aporreador, quedando en el puesto otro de los Pedroches, no menos bizarro campeón, y arrojándose, entre otros que la fueron a tomar muy apriesa, don Cleofás la levantó primero que todos, admirando la resolución de el forastero, que en el ademán les pareció castellano, y dando a su camarada la capa y la espada, como es costumbre, puso bizarramente las plantas en la palestra.
Era campeón de varias armas, boxeaba, y hasta poseía los golpes favoritos de los paladines que vagan por las fortificaciones. «Inútil y peligroso como todos los zánganos», protestaba el padre. Pero sentía latir en el fondo de su pensamiento una irresistible satisfacción, un orgullo animal, al considerar que este aturdido temible era obra suya.
Impulsado Sir Guillermo por el entusiasmo del triunfo y el ardor del combate, siguió su furiosa carrera y desapareció entre las apretadas filas de los caballeros de Calatrava, que en un abrir y cerrar de ojos dieron cuenta del valeroso campeón inglés.
Mientras duraron aquellos preliminares permaneció el incógnito campeón inmóvil como una estatua de acero, erguido en la silla de su caballo de batalla y apoyado en la robusta lanza. El ojo experto de nobles y soldados adivinaba un adversario temible en aquel hombre de atléticas formas é imponente aspecto.
Hace una semana que vino y permaneció un par de horas. ¡Pero no es posible que siga abusando de usted de este modo! ¡Si no puedo seguir siendo su amante, puedo, sin embargo, ser siempre su campeón, Mabel! grité lleno de decisión. En adelante tendrá que arreglárselas conmigo. ¡Ah, no! tartamudeó, volviéndose hacia mí con recelo y temor. No debe usted hacer nada. De otra manera podría él...
Ya puede decir esa niña que tiene un campeón valiente dispuesto a romper lanzas por ella. La dama apuró la broma. No se hartaba de apretar al conde, como si quisiera dejarle convicto de su amor por Fernanda. Apesar de la sonrisa benévola que animaba su rostro, había ciertas extrañas inflexiones en la voz que nadie más que una sola persona podía apreciar en aquel momento.
Cuando representan pésimamente una comedia, cuando cantan rabiando una ópera, cuando es la decoración mezquina, ¿por qué no levanta su voz? Con gente del teatro nunca se las haya usted. Cervantes lo dijo. Nunca les falta algún campeón que defenderá su pleito, campeón formidable.
Pero no dudo que entre estos caballeros míos los habrá dispuestos á complacer al campeón de Francia. Y cuanto al trofeo, dijo el barón de Morel, seguro estoy de interpretar los deseos de estos señores al declarar que le será entregado, á pesar de su tardanza, si logra ganarlo en buena lid.
Palabra del Dia
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