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Actualizado: 26 de junio de 2025


Un pulpo que se agarró á la nave de Marco Antonio cambió la faz del mundo; una cruz en el Calvario y un justo clavado en ella, cambió la moral de media humanidad, y, sin embargo, antes de Cristo, ¡cuántos justos no han perecido inicuamente y cuántas cruces no se plantaron en aquella colina! La muerte del Justo santificó su obra é hizo su doctrina incontrovertible.

Cedemos al placer, pero cedemos suspirando: nuestros sentidos están alegres; nuestro corazon está triste. En una palabra, mirando ese rico palacio ateniense, lo veo todo, menos la lágrima de la Magdalena, aquella lágrima escondida y humilde, fervorosa y santa; aquella lágrima que es una poesía más sublime que la más sublime poesía de todos los poetas del mundo; la poesía del Calvario.

Contemplándolo, siento el entusiasmo de la admiracion, no la veneracion de la fe: creo ver estátuas de héroes, no efigies de santos: me acuerdo de Alejandro, de César, de Anníbal; no me acuerdo de Dios: me ecuerdo de Chipre y de Vénus; no me acuerdo del monte Calvario, ni del Redentor, ni de la Vírgen, ni de la Magdalena: me acuerdo de la gloria; no me acuerdo de la Pasion.

Váyase dijo el Mesonerazo a acaballa al Calvario, aunque no faltará en cualquiera parte que la escriba o la representen quien le crucifique a silbos, legumbre y edificio .

Allí iba la tonta, la literata, Jorge Sandio, la mística, la fatua, la loca, la loca sin vergüenza». Ni un solo pensamiento de piedad vino en su ayuda en todo el camino. El pensamiento no le daba más que vinagre en aquel calvario de su recato.

Aunque les obligaron a acostarse algunas horas, el sueño no cerró sus párpados ni un instante. Al amanecer estaban en pie, con el semblante descompuesto, los ojos hundidos y rodeados de círculo oscuro, testimonio de su acerbo padecer. Y otra vez emprendieron aquel fatídico calvario por las calles, recorriendo las oficinas de policía, el juzgado de guardia, las casas de los conocidos.

Don Modesto agarró la perdiz, dio gracias, se despidió y se fue echando pestes contra los gatos. Durante toda esta escena, Dolores había dado de mamar al niño y procuraba dormirle, meciéndole en sus brazos y cantándole: Allá arriba, en el monte Calvario, Matita de oliva, matita de olor, Arrullaban la muerte de Cristo Cuatro jilgueritos y un ruiseñor.

Hay, sin embargo, dos puntos que podrían figurar con honor en cualquier ciudad europea: la plaza Bolívar, perfectamente enlosada, con la estatua del Libertador en el centro, llena de árboles corpulentos, limpia, bien tenida, delicioso sitio de recreo para pasar un par de horas oyendo la música de la retreta, y el Calvario.

¿Tendría usted... por ahí... un poquito de agua?... dijo don Fermín, que se ahogaba, y que no podía separar la lengua del cielo de la boca. Don Víctor buscó agua y la encontró en un vaso, sobre la mesilla de noche. El agua estaba llena de polvo, sabía mal. Don Fermín no hubiera extrañado que supiera a vinagre. Estaba en el calvario.

No he visto repuso Stein sino la capilla del Señor del Socorro. Yo no salgo del convento dijo el hermano Gabriel sino para ir todos los viernes a esa capilla, a pedir al Señor una buena muerte. ¿Y ha reparado usted, don Federico continuó la tía María , en los milagros? ¡Ah, don Federico! No hay un Señor más milagroso en el mundo entero. En aquel Calvario empieza la via crucis.

Palabra del Dia

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