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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Sin reparar en el corro de bolos en que acababan de gritar cincuenta bocas á la vez ¡eseeé! al hacer un emboque uno dé los jugadores; abriéndonos paso á través de la batería formada por los pellejos de vino, barriles y cacharros que sobre un carro, debajo y á los lados de él, á la sombra de un castaño, son la delicia de los bebedores; echándonos por la derecha para no turbar el sueño pacífico de los jamelgos de un cura y un señor de aldea, que están amarrados al cabezón del mismo carro, quizá por casualidad, quizá porque los jinetes tomaron este norte como de mejor atractivo para cuando vaya anocheciendo; guardando el cuerpo del fogoso trotón de ese jándalo, que atraviesa la feria llevando á las ancas la parienta más joven é inmediata que encontró en su pueblo cuando volvió de Andalucía, y cuyo chal de amarillo crespón, no menos que su vestido blanco de empinados volantes, forman extraño contraste con su reluciente y pasmada fisonomía; sin responder á las voces de las importunas fruteras, de los agualojeros, rosquilleros y otros análogos industriales que nos asedian al paso; sin fijarnos, en fin, en ese maremágnum alegre y estimulante que el cuadro presenta á primera vista, salgamos á aquella braña donde hay un grupo de ocho personas y una pareja de novillos uncidos.
El techo de cal, reblandecido en húmedas manchas, dejaba filtrar al aposento las gotas de la lluvia, recogidas en el suelo sobre algunos cacharros sin nombre ni forma, ollas extrañas y panzudas de centenaria fecha. Aquel lento gotear de enero dentro del cuarto tenía un son de quejido y de miseria que laceraba el corazón.... Todo era tedio y dolor en la casona.
Era el tiempo en que los comerciantes de antigüedades no habían descubierto aún la rica Valencia, donde la gente popular se vistió de seda durante siglos, y muebles, ropas y cacharros parecían impregnarse de la luz de un sol siempre igual, del azul de un ambiente siempre sereno.
Los moriscos iban y venían trayendo la carne en espuertas o cacharros, mientras los impávidos halconeros esperaban, tranquilamente, junto a las aves. Debía ser harto grande la pasión de los avileses por la caza de altanería, a juzgar por aquel sinnúmero de pájaros.
Frascos, retortas, cristales, cacharros grandes y pequeños, se hallaban esparcidos por el suelo y sobre una gran mesa de cocina. Allí era donde don Pantaleón y su amigo Moreno se encerraban para impulsar el progreso de la humanidad. De esta pequeña buhardilla saldrá al fin algo que el mundo acogerá con asombro y aplauso dijo con profética iluminación poniendo una mano sobre el hombro a su yerno.
Unos tocaban cuernos, otros golpeaban sartenes y cacharros, otros sonaban cencerros y esquilas, y con el ruido de tales instrumentos y el fulgor de las hachas, aquel cuadro parecía escena de brujas o fantástica asonada del tiempo en que había encantadores en el mundo.
De cacharros estamos tal cual. Estos botijos son horribles. Toda la cerámica moderna española no vale dos cuartos. A ver, Plácido, ¿serías tú capaz de buscarme un vestido de torero completo?... Lo quiero para un amigo que sueña con ponérselo en un baile de trajes... Estará hecho un mamarracho. Pero a nosotros no nos importa. ¿Podrás buscármelo?».
Esta moza tan meticulosa y apañada piensa Azorín me recuerda esas mujeres que se ven en los cuadros flamencos, metidas en una cocina limpia, con un banco, con un armario coronado de relucientes cacharros, con una ventana que deja ver a lo lejos un verde prado por el que serpentea un camino blanco... Después de comer, Azorín se tumba un rato. A esta siesta le llama Azorín la siesta de las cigarras.
Una, que me atrevería a llamar prehistoria geológica, está fundada en el descubrimiento de calaveras, canillas, flechas y lanzas, pucheretes y otros cacharros, que suponen los sabios que son de una edad remotísima, que llaman de piedra.
Doña Rebeca decía que estaba enfermo. Debía de ser verdad, porque a menudo salían del aposento ayes y gemidos. Lloraba entonces la madre; Narcisa se enfurecía, y si en tales ocasiones de tragedia llegaba Andrés a Rucanto, rodaban los muebles, estallaban los cacharros en añicos, y las puertas se batían en tableteos formidables.
Palabra del Dia
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