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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Habían sido piratas y crueles; pero los navegantes de los mares brumosos, al imitar los descubrimientos mediterráneos en otros continentes, no se mostraban más dulces y leales. Después de estas conversaciones sentía Ulises mayor estimación por los cacharros viejos y las figurillas borrosas que adornaban el dormitorio de su tío.
Algunos días después vió el vecindario dos carros enrabados a la puerta de la abacería; luego vió cargar en uno de ellos las aceiteras, los barriles, los cacharros, las chucherías de la tienda, ¡hasta los estantes y el mostrador!; vió en seguida cómo en el otro carro se colocaron los colchones, las camas desarmadas, la batería de cocina..., todo el ajuar de la casa de Simón; cómo se acomodaron en un hueco dejado al efecto sobre los colchones, Juana y su niña, después de haberse restregado la primera los zapatos contra el suelo repetidísimas veces, mirando al mismo tiempo a todas partes, cual si quisiera, con alarde tan necio, dar a entender que hasta el polvo de aquel suelo la ofendía; vió la gente también cómo, después de sacar hasta la escoba, cerró Simón la puerta y se guardó la llave en el bolsillo, y luego ponerse en movimiento los carros, a los cuales seguía Simón, saludando con gravedad a cuantas personas le despedían desde lejos con un movimiento de cabeza; no vió una sola vez asomar la de Juana fuera del toldo bajo el cual iba; y vió, por último, que los dos carros y Simón, que marchaba siempre junto a ellos, después de atravesar la plaza, tomaron el camino de la villa y desaparecieron en él.
Asomose a la tienda, y de un golpe de vista abarcó la menguada granjería, sacando consecuencias poco lisonjeras del estado pecuniario de Encarnación Guillén. ¡Cómo había descendido la infeliz de grado en grado, desde su gran comercio de loza y sanguijuelas de la antigua calle del Cofre, en tiempos desconocidos para Isidora, hasta aquel miserable ajuar de cacharros ordinarios!
Desde entonces comenzó a observar con intensa atención los movimientos de su esposa, a reconocer a hurtadillas todos los cacharros que había en el aparador, a dirigir rápidas y penetrantes miradas a aquélla cada vez que gustaba los alimentos. Cierta noche, después de comer, no sintiéndose con ganas de salir, se acomodó en una butaca y pidió que le hiciesen te.
No había más refugio que el hogar. Don Víctor con su Frígilis y todos los cacharros del museo de manías, don Víctor con el teatro español a cuestas. «Pero la casa tenía también su poesía». Ana se esforzó en encontrársela. ¡Si tuviera hijos le darían tanto que hacer! ¡Qué delicia! Pero no los había. No era cosa de adoptar a un hospiciano.
Eran próximamente las nueve; el loco fue a sentarse junto a un rincón del hogar, que llameaba... Duchêne, el mozo de labor, reparaba la silla de montar de Bruno; el pastor Robin hacía una cesta, y Anita colocaba los cacharros en el vasar; yo había acercado el torno al fuego para hilar una rueca antes de acostarme. Fuera, los perros ladraban a la Luna; debía de hacer mucho frío.
Como soy ignorante en botánica, no podré decir con exactitud qué plantas eran las que tan profusamente lo adornaban, pero me parece que las que crecían en el viejo bote de petróleo eran azáleas, y estoy seguro que había hortensias en una barrica, geránios en varios cacharros desportillados, y «no-me-olvides» en una lata de sardinas.
En medio del cuarto apilaba sillas, y entre los huecos de ellas ponía cacharros, trebejos, la piedra de machacar carne, la mano del almirez, líos de trapo, escobas y cuanto encontraba a mano. El gato iba encima de todo. Después empezaba a descargar latigazos sobre el montón, y si alguna cosa se caía, allí eran los gritos y el patear.
De allí te sacamos para que vinieras a comer, y viniste pálido y lloroso. ¡Tú dirás! Por unos cacharros cualesquiera.... Eran de China, y muy bonitos; pero qué importaba. ¡Todavía se acuerda de ellos tu tía! ¿Por que te sonrojas? ¡Vaya, hijo! ¿Todavía tienes miedo de que te castigue tu madrina? Efectivamente, el recuerdo de aquella diablura me sacaba al rostro los colores.
No se sabía tampoco a dónde diantres había ido a parar el picador; pero Segunda había traspasado la huevería y tenía en la misma Cava un poco más abajo, cerca ya de la escalerilla, una covacha a que daba el nombre de establecimiento. En aquella caverna habitaba y hacía el café que vendía por la mañana a la gente del mercado. Cuatro cacharros, dos sillas y una mesa componían el ajuar.
Palabra del Dia
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