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Actualizado: 13 de mayo de 2025


Señor mi amo, le respondió Cacambo, Cunegunda está fregando platos á orillas de la Propontis, en casa de un príncipe que tiene poquísimos platos, porque es esclava de un soberano antiguo llamado Ragotski, á quien da el gran Turco tres duros diarios en su asilo; y lo peor es que ha perdido su hermosura, y que está horrorosa de puro fea. ¡Ay! fea ó hermosa, dixo Candido, yo soy hombre de bien, y mi obligacion es quererla siempre. ¿Pero cómo se puede encontrar en tan miserable estado con el millón de duros que tu le llevaste?

Todo está bien, norabuena; pero confesemos que es triste cosa haber perdido á mi Cunegunda, y ser espetado en un asador por unos Orejones. Cacambo, que nunca se alteraba por nada, dixo al desconsolado Candido: No se aflija vm., que yo entiendo algo el guirigay de estos pueblos, y les voy á hablar.

Incontinenti satisfizo el rescate del baron y Panglós: este se arrojó á las plantas de su libertador, bañándolas en lágrimas; aquel le dió las gracias baxando la cabeza, y le prometió pagarle su dinero así que tuviese con que. ¿Pero es posible, decia, que esté en Turquía mi hermana? Tan posible, replicó Cacambo, que está fregando platos en casa de un príncipe de Transilvania.

Preguntó Cacambo con mucha humildad qué religion era la del Dorado. Otra vez se abochornó el viejo, y le replicó: ¿Acaso puede haber dos religiones? Nuestra religion es la de todo el mundo: adoramos á Dios noche y dia. ¿Y no adorais mas que un solo Dios? repuso Cacambo, sirviendo de intérprete á las dudas de Candido.

Mejor tierra es esta, dixo Candido, que la Vesfalia; y se apeó con Cacambo en el primer lugar que topó. Algunos muchachos de la aldea, vestidos de tisú de oro hecho pedazos, estaban jugando al tejo á la entrada del lugar; nuestros dos hombres del otro mundo se divertian en mirarlos.

Quando se acabó la comida, Cacambo y Candido créyeron que pagaban muy bien el gasto, tirando en la mesa dos de aquellas grandes piezas de oro que habian cogido; pero soltarón la carcajada el huésped y la huéspeda, y no pudiéron durante largo rato contener la risa: al fin se serenáron, y el huésped les dixo: Bien vemos, señores, que son vms. extrangeros; y como no estamos acostumbrados á ver ninguno, vms. perdonen si nos hemos echado á reir quando nos han querido pagar con las piedras de nuestros caminos reales.

Si el señor capitan, que se está muriendo de hambre lo mismo que yo, dixo Cacambo, no es Español, que es Aleman; con que me parece que podemos almorzar miéntras llega Su Reverendísima. Fuése incontinenti el sargento á dar cuenta al comandante. Bendito sea Dios, dixo este señor: una vez que es Aleman, bien podemos hablar; llévenle á mi enramada.

Este dicho fué una puñalada en el corazon de Candido: lloró amalgamente, y despues de su llanto, llamando aparte á Cacambo, le dixo: Escucha, querido amigo, lo que tienes que hacer; cada uno de nosotros lleva en el bolsillo uno ó dos millones de pesos en diamantes, y tu eres mas astuto que yo: vete á Buenos-Ayres, en busca de Cunegunda.

La práctica, dixo el oficial, es dar un abrazo al rey, y besarle en ámbas mexillas. Abalanzáronse pues Candido y Cacambo al cuello de Su Magestad, el qual correspondió con la mayor afabilidad, y los convidó cortesmente á cenar.

Cosa natural era pensar que despues de tantas desgracias Candido casado con su amada, viviendo en compañía del filósofo Panglós, del filósofo Martin, del prudente Cacambo y de la vieja, y habiendo traído tantos diamantes de la patria de los antiguos Incas, disfrutaria la vida mas feliz; pero tanto le estafáron los Judíos, que no le quedáron mas bienes que su pobre cortijo.

Palabra del Dia

hociquea

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