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Actualizado: 13 de junio de 2025


Todos los dias iba á informarse de todos los navíos y barcos, y nadie sabia de Cacambo. ¡Con que he tenido yo lugar, le decía á Martin, para pasar de Surinam á Burdeos, para ir de Burdeos á Paris, de Paris á Diepe, de Diepeá Portsmúa, para costear á Portugal y á España, para atravesar todo el Mediterráneo, y pasar algunos meses en Venecia, y aun no ha llegado la hermosa Cunegunda, y en su lugar he topado una buscona y un abate!

Habiendo andado en toda aquella tarde como la milésima parte de la ciudad, los traxéron de vuelta á palacio. Candido se sentó á la mesa entre Su Magestad, su criado Cacambo, y muchas señoras; y no se puede ponderar lo delicado de los manjares, ni los dichos agudos que de boca del monarca se oían.

Bendito sea Dios, querido Cacambo, dixo, que de tamaño peligro he librado esas dos pobres criaturas: si cometí un pecado en matar á un inquisidor y á un jesuita, ya he satisfecho á Dios, librando de la muerte á dos muchachas, que acaso son señoritas de circunstancias; y esta aventura no puede ménos de grangearnos mucho provecho en el pais.

Candido rescató á precio muy subido á Cacambo, y sin perder un instante se metió con sus compañeros en una galera para ir á orillas de la Propontis en demanda de Cunegunda, por mas fea que estuviese. Habia entre la chusma dos galeotes que remaban muy mal, y á quien el arraez levantisco aplicaba de quando en quando sendos latigazos en las espaldas con el rebenque.

Díxoles un sargento que esperasen, porque no les podia hablar el comandante, habiendo mandado el padre provincial que ningún Español descosiese la boca como no fuese en su presencia, ni se detuviese arriba de tres horas en el pais. ¿Y donde está el reverendo padre provincial? dixo Cacambo. En la parada, desde que dixo misa, y no podrán vms. besarle las espuelas hasta de aquí á tres horas.

No pedimos que Vuestra Magestad nos otra cosa, dixo Cacambo, que algunos carneros cargados de víveres, de piedras y barro del pais. Rióse el rey, y dixo: No se qué, pasion es la que tienen vuestros Europeos á nuestro barro amarillo; llévaos todo el que querais, y buen provecho os haga.

Con mucha freqüencia sucede que un rey sea destronado; y por lo que respeta á la honra que hemos tenido de cenar con ellos, eso es una friolera que ni siquiera mentarse merece. Apénas estaba Candido en el navío, se arrojó en brazos de su criado antiguo y su amigo Cacambo. ¿Y pues, le dixo, qué hace Cunegunda? ¿es todavía un portento de beldad? ¿me quiere aun? ¿cómo está?

Dió Candido cien abrazos á Panglós y al baron. ¿Pues cómo no he muerto á vm., mi amado baron? ¿y vm., mi amado Panglós, cómo está vivo habiéndole ahorcado? ¿y porqué están ámbos en galeras en Turquía? ¿Es cierto que esté mi querida hermana en esta tierra? dixo el barón. , Señor, respondió Cacambo. Al fin vuelvo á ver á mi caro Candido, exclamaba Panglós.

Persuadido Candido por tan sólidas reflexîones, se desvió de la pradera, y se metió en una selva, donde cenó con Cacambo; y despues que hubiéron ámbos echado sendas maldiciones al inquisidor de Portugal, al gobernador de Buenos-Ayres, y al baron, se quedáron dormidos sobre la yerba.

Iba á decir mas, pero se le heló la sangre y el habla quando vió que las dos muchachas se abrazaban amorosamente de los monos, inundaban en llanto los cadáveres, y henchian el viento de los mas dolientes gritos. No esperaba yo tanta bondad, dixo á Cacambo; el qual le replicó: Buena la hemos hecho, Señor. Los que vm. ha muerto eran los amantes de estas dos niñas. ¡Amantes! ¿cómo es posible?

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