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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Por fin el triste bulto cayó en el polvo, y allí quedó, flácido e inerte, soltando líquido, como un pellejo agujereado que expele el vino a chorros. El pastor, con sus cabestros, se llevó el toro al corral, pues nadie osaba aproximarse a él, y el pobre Chiripa fue conducido sobre un jergón a cierto cuartucho del Ayuntamiento que servía de cárcel.
Me los han robado todos... y las lámparas... y tú los ayudas... eres cómplice.... ¡A la cárcel! Padre, señor, por compasión de su hija... los Sacramentos... tome usted... tome usted.... No, no quiero... seamos razonables. Una partida de sacramentos... ¿para qué?
Clara se opone porque su amante no participe de su vergüenza. Mientras tanto, vienen á la casa de Malec el corregidor Zúñiga y Don Fernando de Valor, otro descendiente de los reyes de Granada, que se ha hecho también cristiano, para anunciarle que, hasta la resolución de la contienda suscitada, ha de servirle su casa de cárcel.
Un desgraciado, perseguido injustamente, que ha sufrido la angustia de la detención, de la cárcel, del juicio, y que ha cumplido una parte de la pena, ¿no puede ser objeto más que de una medida de clemencia y no de un acto de justicia? Algo es algo. Hoy, basta un hecho nuevo que pueda establecer la inocencia del sentenciado para que se pueda pedir la revisión.
Ya lo veo, ¿pero antes no has devuelto ninguna de las bofetadas que te han dado? Ninguna. ¿Y para qué quieres entonces esas manazas que Dios te ha concedido? Si le hubiera pegado, me llevarían a la cárcel. Miguel volvió a mirarle de hito en hito, y quitándose el sombrero con afectado respeto, le dijo: ¡Oh, varón prudentísimo, yo te saludo!
Dice que le haces muchos desaires, que no contestas a sus cartas, que pisoteas los ramos que te regala... Dice que eres la ingratitud misma. Augusto murmuró Isidora gravemente, apartándose de la reja , es la hora de reglamento. Dispénsame que te despida. Estoy fatigada. Adiós. Vuelve mañana». Y se marchó como una reina, según dijo Miquis para sí, viéndola internarse en la cárcel.
Entonces dice un documento: «Acudieron amigos de ambos, mediaron y terminó la contienda. El Regente de la Real Audiencia los procesó, prendió y dióles su respectiva casa por cárcel, con centinelas de vista. El año siguiente el marqués de la Algaba se libró, merced al indulto general concedido, en celebridad del nacimiento del Príncipe Don Baltasar Cárlos.»
Parecía justificar a su compañero; pero al través de su acento y de su mímica se leía bien claro que le condenaba. Todas las miradas se volvieron hacia el acusado. El P. Gil estaba como hacía tres meses, cuando ingresó en la cárcel de Peñascosa. Con el encierro su rostro había ganado aún en blancura.
Pero se aseguró en seguida viendo el perfecto sosiego con que hacía todos los preparativos. Empaquetó alguna ropa en una maleta, se puso los zapatos, la sotana y el sombrero y dijo sonriendo: Ya estoy. Los curas no tardamos mucho en arreglarnos, ¿verdad?... A Dª Josefa no le diré nada para evitar una escena triste, ¿no le parece a usted? Le escribiré desde la cárcel, pidiéndole la ropa.
Quizá les esperaba el destierro, quizá la cárcel, quizá... ¡Oh! Las damas se estremecían de furor y de espanto, hablando todas a un tiempo, confortando a la víctima con sus consejos y dándose todas al diablo allá en sus adentros, porque era a Currita y no a ellas a quien había tocado la suerte de hacerse sospechosa a la policía y llegar al apogeo de la celebridad de un solo salto.
Palabra del Dia
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