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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Ella era la culpable de todo, ella la que iba á tener el buque encantado en este puerto, quién sabe hasta cuándo, con su poder irresistible de bruja. ¡Ah, las hembras!... El diablo va como un perro faldero detrás de sus enaguas... Son la podredumbre de nuestra vida.

Llamáronla desde entonces «la bruja del molino;» y las historias que de ella se referían pasaron de una generación a otra.

Cuando el doctor Kimble recetaba una medicina, era natural que produjera su efecto; pero cuando un tejedor, que venía no se sabe de dónde, hacía maravillas con un frasco de agua parda, el carácter oculto del procedimiento se volvía evidente. No se había visto nada parecido desde la muerte de la bruja de Tarley, y ésta lo mismo se servía de drogas que de hechizos.

Kernok dijo por fin la bruja con una voz débil y entrecortada , tira, tira ese puñal, porque hay sangre en él; sangre de ella y de él. Y la vieja sonrió de una manera espantosa; después, poniendo el dedo sobre su cuello: La has herido ahí... y sin embargo, aun vive. Pero no es eso todo... ¿Y el capitán del barco negrero?

Este día, algunos pastores del monte bajaban a las casas y entonaban villancicos con voces agudas y roncas, acompañándose de panderos y de zambombas. Si el ama de la casa les daba algunos cuartos, decían en el villacinco que se parecía a la Virgen; en cambio, si no les daba nada, le acusaban de ser una vieja bruja.

El muchacho observó en los ojos de Isidora una lágrima, más bien que del sentimiento, nacida del despecho, y le dijo: «¿Por qué lloras? ¿Por lo que ha dicho esa tía bruja? ¡Gente ordinaria!... murmuró Isidora. ¿Por qué no le contestaste? dijo Mariano con extraña rudeza. No me rebajo yo a tanto. ¡Puño!». Mariano dio un puñetazo sobre su propia rodilla.

Sentada en un rincón del fuego, como un monstruo familiar, leía en las cartas el porvenir de mamá; la prometía el reino de París, como una bruja de Shakespeare; la animaba en sus desfallecimientos, consolaba sus disgustos, arrancaba sus cabellos blancos y la servía con una devoción canina.

¿De qué infierno habéis salido? ¿Por qué me detenéis? ¿Por qué me habláis cuando huyo de vuestras voces?... ¡Isabel, qué me quieres? ¡Me abandonaste un día y ahora vuelves a , acompañada de una bruja! ¿De qué infierno sales, Isabel? ¿Cuál es tu nombre ahora? ¡Soy Isabel, señor!....

Era imponente la fealdad de la bruja: tenía las cejas canas, y, de perfil, le sobresalían, como también las cerdas de un lunar; el fuego hacía resaltar la blancura del pelo, el color atezado del rostro, y el enorme bocio o papera que deformaba su garganta del modo más repulsivo.

Media hora después, cuando las tinieblas se hicieron muy profundas y el frío llegó a ser excesivo, la bruja encendió una hoguera con ramas de brezos, que proyectó sus pálidos reflejos en los macizos de piedra rojiza, hasta el fondo del antro, donde dormía Catalina con los pies metidos en la paja y las rodillas cerca de la barba. Fuera había cesado el ruido.

Palabra del Dia

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