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Actualizado: 28 de junio de 2025


Reinaba la alegría, a juzgar por las sonoras carcajadas que se oían a cada instante y las bromitas que se cambiaban en voz alta. De los más jaraneros y divertidos era mi amigo Villa, que por la confianza que tenía en la casa se autorizaba ciertas libertades, como pellizcar a las muchachas y hacerse abanicar por ellas.

Así que llegó de Sarrió haría unos tres años, poco más o menos, fue el ídolo de las damas de Peñascosa por su elegante porte, que hacía contraste con el desaliño de la mayor parte de los sacerdotes de la villa, por su conversación alegre, por sus bromitas y, sobre todo, por su afición a estar siempre entre ellas.

El comandante y los demás comensales eran de buena pasta y respondían sin incomodarse pizca a estas bromitas. Llagostera pensaba que eran la flor y la suprema expresión del humorismo y la sal ática. Por supuesto que, al cabo de algunos dimes y diretes, salía siempre con las manos en la cabeza. Oiga, comandante: no habrán dajado de mandar a la asposisión una buena partida de naranjas y melones...

Una porción de bromitas que el banquero no parecía escuchar, atento a contar los billetes. Contó siete de quinientas pesetas y se los entregó, oprimiendo al mismo tiempo el timbre para que un dependiente extendiese el recibo. Fayolle también los contó y dijo: Se ha equivocado, señor duque. El presio del caballo era cuatro mil pesetas. Aquí no hay más que tres mil quinientas.

En la tertulia de don Eugenio se hablaba de Martínez de la Rosa y de su malogrado Estatuto; había quien audazmente elogiaba a Mendizábal y pedía el restablecimiento de la Constitución del 12; se gastaban bromitas contra los «serviles», sin faltar a la decencia; se comenzaba a decir con expresión respetuosa «don Baldomero» cada vez que se nombraba al general Espartero, y todos callaban para escuchar religiosamente a don Lucas, el beneficiado de San Juan, un cura que el 23 había emigrado a Londres por liberal, y que pronunciaba conmovedores discursos hablando del pobre Riego, a quien comparaba con Bravo, Padilla y Maldonado.

En cuanto tomaron el café, Emma, que estaba de muy buen humor, se levantó y dijo con solemnidad cómica: Ahora esperen ustedes aquí sentados; les preparo una gran sorpresa. ¿Qué hora es? Las ocho dijo el tío, que, a pesar de sus bromitas, que horrorizaban a Bonifacio, tampoco las tenía todas consigo. ¿Las ocho? Magnífico. Esperen ustedes un cuarto de hora.

Amigo Páramo, hoy vienes más páramo que nunca te he visto. ¡Me río yo de las estepas de la Siberia y de los ventisqueros del monte de San Bernardo! Era una de las bromitas que se autorizaba con Tristán el ponerle este sobrenombre a causa de sus ideas sombrías.

Fui lanzado del asiento a una distancia de seis varas lo menos; pero no recibí daño alguno, según pude colegir después de tentarme todos los miembros. El criado, tampoco. Acudió un pelotón de gente en nuestro socorro, y cuando nos vieron salvos y se enteraron de lo que había hecho, principiaron las bromitas y la risa. Creí que el conde lo iba a tomar a mala parte; pero también le dio por reír.

Te asombrarás si te digo que desde la madrugada se me ha metido aquí un sentimiento desconocido, algo como ganas de hacerme religioso, de pensar en Dios, de dedicarme a obras de piedad... Si empiezas con tus bromitas, me voy. No, no es broma replicó él; y tenía en su cara tal expresión de abatimiento, que la santa se quedó como lela mirándole...

Aquella mujer, antes esclava sumisa, se atrevía á desafiar su cólera; luego estaba bien convencida de que no podía vivir sin ella. Devoró su enojo y se guardó en adelante de dirigirle ninguna burla mortificante. Sólo con muchas precauciones y mirándola siempre á la cara se autorizaba de vez en cuando algunas bromitas tímidas y cariñosas que más parecían caricias.

Palabra del Dia

rigoleto

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