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Actualizado: 26 de mayo de 2025


El episodio del guante fue prólogo de otros conmovedores sucesos. Al día siguiente la corista tuvo que ponerse, por razón de una de las obras en que cantaba, el más caprichoso traje que imaginarse puede.

Cuando me acordé de las asociaciones venerables que había de ver tan poco tiempo y echar de menos tantas veces, cuando reflexioné sobre esa revolución sin ejemplo que las había devorado en su carrera de fuego, como para arrebatar a las personas honradas hasta la esperanza de un consuelo posible, cuando yo me dije, en la intimidad de mi corazón: «Este lugar hubiera sido tu refugio, pero no te han dejado nada; sufrir y morir, tal es tu destino», ¡oh! cuán grandes y conmovedores me aparecieron los pensamientos que presidieron la inauguración de esos claustros, cuando la sociedad, pasando de los horrores de una civilización excesiva a los horrores infinitamente más tolerables de la barbarie, y en esta hipótesis en que el retorno al estado de la naturaleza y hasta del gobierno patriarcal no era más que la quimera de algunos espíritus exaltados, esos hombres de una austera virtud y de un carácter augusto erigieron, como el depósito de toda la moral humana, las primeras constituciones monásticas.

, aquel Simoun tan rico, tan poderoso, tan temido una semana antes, ahora, más desgraciado que Eutropio, buscaba asilo, y no en los altares de una iglesia, ¡sino en la miserable casa de un pobre clérigo indio, perdida en el bosque, en la orilla solitaria del mar! ¡Vanidad de vanidades y todo vanidad! ¡Y aquel hombre, dentro de breves horas, va á ser preso, arrancado del lecho donde yace, sin respeto á su estado, sin consideracion á sus heridas, vivo ó muerto le reclamaban sus enemigos! ¿Cómo salvarle? ¿Dónde encontrar los acentos conmovedores del obispo de Constantinopla? ¿Qué autoridad tenían sus pobres palabras, las palabras de un clérigo indio, cuya humillacion aquel mismo Simoun en sus días de gloria parecía aplaudir y alentar?

Los pulmoncitos exteriores que presentan los anélidos, los delgados filamentos nebulosos que lanzan al viento ciertos pólipos, los móviles y sencillos cabellos que ondulan sobre la medusa son objetos no sólo delicados sino conmovedores. Ofrecen todos los matices, son finos y vagos, pero cálidos: es como un hálito perceptible, y nuestros ojos atónitos ven en ellos el color del arco iris.

Y este al menos oía las voces más tiernas. Jamás oyó la Nela que se la llamara michita, monita, ni que le dijeran re-preciosa, ni otros vocablos melosos y conmovedores con que era obsequiado el gato. Jamás se le dio a entender a la Nela que había nacido de criatura humana, como los demás habitantes de la casa.

Puede juzgarse de ello por la embriaguez, por los conmovedores festejos á que se entregaron en aquella tierra con ocasión de inaugurarse el telégrafo submarino que enlaza ambas playas, prometiendo el diálogo y la réplica en algunos minutos, de suerte que los dos mundos no tengan más que un solo pensamiento. Maury ha demostrado con verdadero genio la armonía del aire y del agua.

Era, en resumen, un chico de buena pasta, pero le faltaban valor y empresa. Carecía en absoluto de todo sentimiento estético, pues alguna vez llegó a vérsele sentado remendando su ropa vieja, mientras que Abelardo recitaba los conmovedores apóstrofes de Byron al Océano. En cierta ocasión, preguntó muy serio a Abelardo si creía que Byron se hubiese mareado en alguna ocasión.

La Crónica de Wingdam de la semana siguiente, bajo el título de «Escena conmovedora», decía: «En nuestra ciudad, donde tan frecuentes son hechos e incidentes de todo género, ha tenido lugar ayer uno de los más tiernos y conmovedores que registra la historia de California.

No merecía la pena de reconocerme en libros conmovedores cuando huía de mismo. Tenía que encontrarme mejor o peor; si mejor, la elección era superflua y, si peor, era un ejemplo que no debía ser buscado.

En la tertulia de don Eugenio se hablaba de Martínez de la Rosa y de su malogrado Estatuto; había quien audazmente elogiaba a Mendizábal y pedía el restablecimiento de la Constitución del 12; se gastaban bromitas contra los «serviles», sin faltar a la decencia; se comenzaba a decir con expresión respetuosa «don Baldomero» cada vez que se nombraba al general Espartero, y todos callaban para escuchar religiosamente a don Lucas, el beneficiado de San Juan, un cura que el 23 había emigrado a Londres por liberal, y que pronunciaba conmovedores discursos hablando del pobre Riego, a quien comparaba con Bravo, Padilla y Maldonado.

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