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Actualizado: 6 de junio de 2025
Quedóse un instante a la puerta mirándoles sorprendida e irritada. Hacía tiempo que Lola cayera de su gracia. Aunque Pepe Castro ya no le interesaba, cuando su amiguita trató de birlárselo, se produjo cierto enfriamiento en sus relaciones. Luego observó que Lola miraba a Raimundo con buenos ojos y bromeaba con él en cuanto se le presentaba ocasión.
Pepe Castro había recibido el consejo de su ex querida Clementina referente a la conveniencia de festejar a la niña de Calderón, con risa como ya hemos visto. Sin embargo, no le cayó en saco roto. Mientras bailaba y bromeaba con otras jóvenes, no dejó de acordarse más de una vez.
Su carácter siempre alegre, erizado de malicias, se manifestaba en punzadas mil, en bromas a veces nada ligeras, en apropósitos y en charlar voluble, compuesto ya de hipérboles, ya de pedanterías burlescas, que ciertamente no indicaban que él fuese pedante, sino que, por bromear, bromeaba hasta con la ciencia.
Tan pronto, acometido de cólera furiosa, proyectaba arrojar á su amigo de la tienda á puntapiés y pescozones, como, presa de profundo abatimiento, quedaba paralizado y devoraba su afrenta en silencio; comía poco, no bromeaba jamás y, contra su costumbre, bebía bastante vino. Al fin rompió la cuerda, como era de presumir.
Escuchaba riendo las chanzonetas pesadas y groseras de Tomás; bromeaba con Ángela, dejando deslizar siempre que podía alguna lisonja, que en el campo, como en la ciudad, producen admirables efectos; contaba anécdotas picantes a Rafael, y le proveía de tabaco; hablaba del tiempo y las labores al criado, una especie de animal tardo y perezoso como el buey y con la testa casi tan dura.
Era Adriana, en este ambiente, un contraste original. Ella leía novelas modernas que figuraban en el Índice, bromeaba sobre cosas sagradas y siempre discutía para escandalizar; sus actitudes tenían como una lasitud de encanto prohibido.
Dondequiera que la encontraba requebrábala a su manera, bromeaba, sufría con paciencia sus «patas de gallo». Porque era Valentina el tipo de la artesana de Sarrió, en quien la falta de educación es una gracia más que añadir a las muchas que poseen. Concluído el equipo de Ventura, y no teniendo ocasión de verla, Pablito aprovechaba los bailes de las Escuelas para seguir festejándola.
El buque alemán pasó entre ellos empequeñecido, humillado, acelerando su marcha. «Cualquiera diría pensó el joven que tiene la conciencia inquieta y desea ponerse en salvo.» Cerca de él, un pasajero sudamericano bromeaba con un alemán. «¡Si la guerra se hubiese declarado ya entre ellos y ustedes!... ¡Si nos hiciesen prisioneros!» Después de mediodía entraron en la rada de Sóuthampton.
Afectando la más alta corrección, como la de apuesto caballero que asiste y corteja en un baile a gentilísima dama, bromeaba yo con mi tía: Señorita... ¡es usted encantadora! Dígnese usted escucharme. Ya no puedo, ni debo callar.... ¡Amo a usted!... ¡La adoro! La anciana reía, reía a su sabor, y contestaba a mis requiebros con frases entrecortadas, como si fuera presa de profunda emoción.
El soldado bromeaba ante el talle algo deforme de su mujer, saludando al ciudadano próximo á surgir, anunciándole un nacimiento en plena victoria. Un beso á la compañera, un cariñoso repelón á la prole, y luego se unió con los camaradas... Nada de lágrimas. ¡Valor!... ¡Viva Francia! Las recomendaciones de los que se marchaban eran oídas. Nadie lloraba.
Palabra del Dia
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