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Actualizado: 25 de junio de 2025
Y una vez más contesté: No, amor mío. Y sin embargo, existía un hombre no Miguel, que debía de separarme de ella y por cuya vida iba yo a arriesgar la mía. A dos leguas de Zenda y por la parte opuesta de aquella donde se alza el castillo, queda un extenso bosque.
En otro tiempo, cuando esto acaecía, solía ver cruzar por el bosque á Diana cazadora con su cortejo de ninfas medio desnudas y tendía hacia ellas sus brazos anhelantes. Ya hacía años que habían cesado estas imaginaciones eróticas. Ahora en tales ocasiones ya no veía ninfas, sino ánforas llenas hasta el cuello del chispeante vino de Chipre ó de Rodas.
Le tienen palacio, y sale a la calle entre hileras de sacerdotes, y le dan las yerbas más finas y el mejor arrak, y el palacio se lo tienen pintado como un bosque, para que no sufra tanto de su prisión, y cuando el rey lo va a ver es fiesta en el país, porque creen que el elefante es dios mismo, que va decir al rey el buen modo de gobernar.
Yo ya me felicitaba de que hubiéramos escapado, cuando tres o cuatro hombres salieron del bosque y nos gritaron que nos detuviéramos; pero algunos buenos fustazos despertaron el valor de los caballos. Uno de los bandidos invisibles hizo un disparo de pistola y la bala pasó tan cerca de mis oídos, que todavía me siguen zumbando. Desde ese momento los caballos galoparon sin cesar hasta el castillo.
Petra observaba con el rabillo del ojo la impaciencia del Magistral, que preguntó: ¿La iglesia está cerca, creo, saliendo por ahí por el bosque, verdad? Sí, señor; pero hay tres callejas que se cruzan y puede darse en el río en vez de... si quiere usted ir, le acompañaré yo misma; ahora no tengo nada que hacer allá dentro.... Si eres tan amable.... Petra echó a andar delante del Magistral.
Cerca de una hora hacía que un sol pálido de fines de noviembre se había alzado sobre los árboles del bosque, cuando el señor de Maurescamp, cuyo dormitorio estaba en el primer piso, salía al patio a fumar un cigarro.
La Sultana vieja seguía de lejos, y presidiendo la banda de sus lindas esclavas, la afanosa tarea de Híala y de Encirnún, y las vió, riéndose de su loca empresa, trasponer por entre las calles de negros árboles que daban entrada al bosque.
El primoroso alizar de alicatado que cubria el zócalo de este mágico aposento, su piso de ladrillo barnizado á la manera persiana, sus paredes cuajadas de estucos pintados de verde y rojo opaco, y á trechos dorados, haciendo un fondo de espeso y menudo ataurique cubierto con un enrejado de flores, sus arcos de lóbulos detenidamente calados y contornados con otros adornos, dan á esta capilla, perdida en el bosque de columnas de la inmensa mezquita, el aspecto de un cenador de apretado lúpulo y graciosas enredaderas, recortado por la mano de las péris en medio de una selva encantada .
Un verdadero bosque de maderos formaba el andamiaje del Monumento; la riqueza del cardenal había hecho un despilfarro de solidez y suntuosidad, y para armar el sagrado catafalco se necesitaban muchos días y no pocos obreros. Gabriel se avistó con don Antolín, pidiéndole un sitio en la obra.
El famoso cazador de osos se levanta pausadamente y dice con el acento firme y sosegado de los héroes: Vamos a ver qué es eso. Pidió una escopeta arriba, y seguido de lejos por las pálidas doncellas, dio una batida al bosque. Lo único que halló fue un cerdo alemán de la pareja que el conde había traído para encastar.
Palabra del Dia
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