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Actualizado: 22 de noviembre de 2025
Habría andado unos cincuenta pasos, cuando un remolino ciego, loco, furioso, se arroja sobre Bettina, le abre el chal, la arrastra, la levanta, casi la hace perder pie, y da vuelta con violencia el paraguas. Esto no es nada todavía. El desastre fue completo. Bettina ha perdido uno de sus zuecos... No eran muy serios estos zuecos, eran muy bonitos para el buen tiempo.
¿Quieres callarte, pelmazo?... ¿Vas á empezar con las simplezas de siempre? ¡Que sí, niña, que sí! profirió Velázquez bajando la voz y avanzando el cuerpo hacia ella hasta meterle las alas del sombrero por los ojos. Que eres más rica que los doblones de á cuatro, más salada... Vaya, niño, déjame el alma quieta y no me saques los ojos con el sombrero, que aunque no son bonitos á mí me hacen avío.
Por fortuna, Máximo y el doctor no habían venido y me acordé, como una idea luminosa, de un viaje a las Indias, ilustrado con bonitos grabados, que había hojeado hacía unos días. Me acerqué al señor Lautrec, le hablé con entusiasmo de los maravillosos palacios y de las ruinas gigantescas, que me habían chocado, y le inspiré el deseo de ver el libro.
El intendente de marina y el comandante de artillería dicen que no darán nada mientras Villeneuve no lo pague en moneda contante y sonante. Así, así: me parece que está muy bien parlado. ¡Pues no falta más sino que esos señores con sus manos lavadas se fueran a llevar lo poco que tenemos! ¡Bonitos están los tiempos!
Quiero decir un papá que ayudase a mamá y te cuidara con amor, que te diese bonitos vestidos y que, por fin, cuando fueses mayor, hiciese de ti una señora. Carolina volvió hacia ella sus ojos somnolientos. ¿Y a ti, te gustaría, mamá? Lady Clara se sonrojó hasta las orejas. Duerme dijo bruscamente. Y volviose.
Con mucho gusto respondí, sintiendo súbito por aquella niña ardiente simpatía. A mí me gustan muchísimo los versos, ¡Me encantan! ¿sabe uté? A casa venía un chico que los hacía, ¡tan bonitos! ¡tan bonitos! Vamos, eran preciosos. Otros los hacían bonitos también, pero como Pepe Ruiz, ninguno.
En seguida, para evitar otra emoción, me preguntó a quemarropa: ¿Y las solteronas?... veo que las abandona usted definitivamente... No está bien interrumpir tan bonitos estudios... Así es la vida respondí; pero no crea usted que las abandono, puesto que les deberé mi felicidad... El cura me miró con expresión de asombro, y la abuela me dirigió una sonrisa.
Y me los arrebataba; los leía en voz baja, sonriente y ruborosa, mientras yo, colocado a su espalda, la iba siguiendo en la lectura. ¡Bonitos! exclamaba. Pero todas estas cosas me gustan más cuando me las dices sin pensarlas. No sé por qué, pero los versos me parecen siempre ¡graciosas mentiras! Doblaba la hoja, se la guardaba, y me señalaba un asiento: Aquí, cerca de mí.
¡Qué importa! exclamó la niña de Calderón con un desprecio que hubiera estremecido a Heinecio en su tumba. Y añadió en seguida: ¿Esos sombreros os los ha hecho Mme. Clement? No, los ha encargado mamá a París por la señora de Carvajal, que ha llegado el sábado. Son muy bonitos. Más que los que hace Mme. Clement ya son. Y se enfrascaron por breves momentos en una plática de moda.
Francamente, aquellos ojos tan bonitos le habían hecho siempre muchísima gracia; pero no le hacía maldita la exaltación que en ellos notaba aquella noche. La abandonada se volvió a tapar la boca con el mantón, y su acompañante no chistaba.
Palabra del Dia
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