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Ese exceso de amor materno le escandaliza. Dice que en Francia se permite a las señoras hacer muy bonitos versos sobre este asunto; pero no tolerarían que una madre joven expusiese su salud, marchitando la frescura de su tez, privándose de reposo y de alimento, y olvidando su bienestar individual al lado del chiquillo.

Unas veces se presenta con un escepticismo risueño y paradójico que parece decir a los lectores: «Yo no creo en nada, ni en Dios, ni en los hombres, ni en la madre que me parió, pero me gusta aprovecharme de las cosas buenas que en el mundo nos encontramos, como el amor, los buenos vinos, los paisajes bonitos, etcétera, etc., y vamos viviendoSu maestro es Campoamor, a quien imita no tan sólo en el pensamiento sino en la frase, expresando las ideas elevadas y abstrusas en forma llana y corriente, y así como el ilustre poeta, también él desciende a los pormenores vulgares de la existencia y se complace en describir lo pequeño e insignificante.

Después de esta reticencia, que por lo terminante parecía hija de una convicción profunda, siguió contemplando y admirando su belleza. Estaba orgullosa de sus ojos negros, tan bonitos que, según dictamen de ella misma, le daban la puñalada al Espiritui Santo.

-Eso juro yo bien -dijo Sancho-: cuchillada le hubieran dado que le abrieran de arriba abajo como una granada, o como a un melón muy maduro. ¡Bonitos eran ellos para sufrir semejantes cosquillas!

Era para él este juego nacional una forma hipócrita de la administración socialista. Tenía muy mala suerte; pero no desmayaba, y sabía escoger siempre los números más bonitos. Con todo, no había tenido más ganancias que las de su trabajo. Así, desde que sacó adelante el negocio de las cenefas, estableciose en la calle de Juanelo, donde tenía un taller grande, aunque incómodo.

Miró a su amiga sin hablarle, y esta se le acercó sonriendo, como si quisiera decir: «Lo que menos esperabas era verme aquí ahora...». ¿De veras eres ...? Y observó que Mauricia traía unos zapatos muy bonitos de cuero amarillo, atados con cordones azules terminados en madroños. ¡Y qué bien calzada!... ¿Qué te creías ? Después le miró la cara.

El demonio que te entienda... ¡Qué jerga! ¡Qué bonitos ojos tienes! Tonto... Vamos a ver las fieras. No me da la gana. ¿Qué más fiera que ? El león. ¡Leoncitos a !... Esos dos hoyuelos que te abrió Natura entre el músculo maseter y el orbicular me tienen fuera de ... No te pongas seria, porque desaparecen los hoyuelos. Vámonos de aquí dijo Isidora con fastidio.

Parecías el Cristo de las enagüillas. ¡Qué flaqueza!, ¡qué color! Yo decía que te habían destetado con vinagre y que te daban tu ración en moscas... Vaya, vaya, en la Mancha has engordado..., ¡qué duras carnes! añadió pellizcándola en diferentes partes de su cuerpo . Y en la cara tienes ángel. De ojos no andamos mal. ¡Qué bonitos dientes tienes! Veremos si te duran como los míos.

Ya los trae el pregonero Vendiendo por la ciudad. Entra el PREGONERO moro vendiendo los dos MUCHACHOS, y la MADRE y el PADRE. Hay quien compre los chiquitos, Y el viejo que es el grandazo, Y la vieja y su embarazo? Pues á fe que son bonitos. Deste me dan ciento y dos, Deste docientos me dan. Pero no le llevarán. Pasa acá, perrazo, vos. Qué es esto, madre? por dicha Vendennos aquestos moros?

Estupiñá se echaba a discurrir, y no comprendía por qué la señora examinaba con tanto interés los puestos, estando ya todos los chicos de la parentela de Santa Cruz surtidos de aquel artículo. Creció el asombro de Plácido cuando vio que la señora, después de tratar como en broma un portal de los más bonitos, lo compró.