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Actualizado: 7 de mayo de 2025
En varias ocasiones había sorprendido rondando su casa al primo Bobart, el confidente de Clementina, y hasta le había visto seguirle á París. El darle esquinazo no había sido más que un juego. Las robustas piernas de Fortunato habían burlado fácilmente el espionaje del antiguo abogado.
Sea por el cuarto del primo Bobart.... Así la humanidad será respetada y las conveniencias satisfechas. Herminia, sábanas.... La joven volvió á desaparecer, como si hubiera tenido alas. La señorita Guichard, un poco inquieta, decía al médico: Y diga usted doctor, ¿no tendremos enfermedad para tres meses? Mañana estará en pie ó, poniéndonos en lo peor, en estado de ser conducido á su casa....
Ya Bobart extendía el brazo para sostener á su respetable amiga, cuando por un supremo esfuerzo de la voluntad, Clementina recobró su aplomo, dominó á su cerebro y tomando una decisión, dijo: Hágale usted entrar en el saloncillo. Y como Bobart, con la boca abierta, parecía pedir una explicación, le dirigió una mirada fulminante y le dijo: ¡Conque estaba en el Havre! Pero, mi bella prima ...
Pero Clementina no quiso explicaciones: se juzgó vendida y sólo pensó en preparar secretamente su desquite. Por de pronto, quiso ser informada jurídicamente y abriendo la puerta, llamó á Bobart, que, desde la aparición de Roussel en la casa, estaba en acecho.
Á estas palabras que le recordaban la afrenta recientemente sufrida, Clementina cambió de color, y con voz agria dijo: Primo, te felicito: llevas bien la blusa. ¿Qué sabes tú, si no me has visto? Me lo han dicho. ¿Quién? ¿Ese canalla de Bobart? Ese ... ¡tranquilízate; no le verás más! Después de su mala suerte, no lo dudo.
No les prevenga usted que estoy aquí, Bobart, añadió tranquilamente Fortunato; quiero gozar de su sorpresa. Estupefacto por la desenvoltura de Roussel, Bobart consultó á Clementina con una mirada. Ella asintió con la cabeza. Entonces el complaciente primo, adivinando que acababan de ocurrir acontecimientos de extraordinaria gravedad, se lanzó al jardín en busca de los jóvenes esposos.
El mastín, después de una resistencia honrosa, atestiguada por las huellas sangrientas de la piel de su adversario, acababa de morir. Usted me le pagará, buen hombre. Bobart, corre á buscar al guarda. ¡Para qué! dijo el hombre con su voz aguardentosa; ¡para qué! Que pase solamente el foso y hago con él lo que mi perro ha hecho con este otro. ¿Oye usted? So vieja.
Yo estaba consternado, cuando á medio día, en un montón de cartas, se encontró una para el señor Bobart. ¡Ah! exclamó Roussel; ya la tenemos. Espere el señor, que la cosa se va á hacer más precisa dentro de un segundo ... Hacia las doce y media, la cocinera del señor Bobart entró en la portería.
¡Ahora ... veamos, Bobart; ¿qué es eso que dices ahí?... ¿Herminia? Se ha marchado con Mauricio, hace un cuarto de hora. ¡Corramos! Los alcanzaremos.... Tienen un caballo demasiado bueno para eso.... Pero, ¿quién les ha abierto la puerta? gritó Clementina con desesperación. Ellos mismos se la han abierto. ¿Y Mauricio estaba en el castillo? Y por poco me estrangula. ¿Dónde le has encontrado?
El fin de la comida, amenizado por variados brindis, pareció mortalmente largo á la dueña de la casa; y como el joven Héctor Bobart, que estaba un poco achispado con el Champagne, anunció que en su condición de testigo reclamaba la liga de la desposada, Clementina, con una mirada fulminante, levantó la sesión y condujo á sus convidados al salón mientras se quitaba la mesa para transformar el sitio del banquete en salón de baile.
Palabra del Dia
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