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Actualizado: 24 de junio de 2025
Los ojos del comerciante fijábanse con avidez en la nuca perfumada por las matinales abluciones y todas las blancuras inmediatas revelarlas por la entreabierta penumbra de la blusa. De aquí saltaba su mirada a las redondeces de las piernas, envueltas en calada seda, emergiendo entre el follaje sedoso de las faltas. Maltrana se acercó a él como si hubiese olvidado la escena de poco antes.
Las piernas, enjutas y al descubierto bajo unos pantalones arremangados, tenían la piel fresca y tirante de los miembros vigorosos. La blusa, abierta sobre el pecho, dejaba ver una pelambrera gris, del mismo color que su cabeza, cubierta con una gorra negra recuerdo de su último viaje a Liverpool , con una borla encarnada en el vértice y ancha cinta a cuadritos blancos y rojos.
Por encima de todo, en lo más alto de la pared, hay una estatua de Buda. Al salir del teatro, los anamitas van hablando mucho, como enojados, como si quisieran echar a correr, y parece que quieren convencer a sus amigos cobardes, y que los amenazan. De la pagoda salen callados, con la cabeza baja, con las manos en los bolsillos de la blusa azul.
Sólo está animado el muelle del Ródano. El barco de vapor que hace la travesía de Camargue calienta las calderas junto a los escalones, dispuesto a partir. Caseros con blusa roja, muchachas de La Roquette que van a ganar el jornal en las faenas agrícolas, suben a cubierta con nosotros, charlando y riéndose.
El hombre de fatiga siempre encontraba un mendrugo y una copa de vino para salir del paso. Pero ¿y él? ¿Qué iba a ser de él, envenenado por una instrucción que de nada le servía, falto de la fuerza brutal con que se ganaban el pan los desgraciados de blusa?...
Una arrojaba su mantón al redondel; otra, por ser más, añadía la blusa y el corsé; otra llegaba a despojarse de la falda, y los espectadores agarrábanlas riendo para que no se arrojasen a la arena o no quedaran en camisa.
No tengo necesidad de decirte que no pregones que vas a espiar a los alemanes. ¡Ah!, ¡ah!, entiendo. Sí, sí; no está mal pensado; yo nunca dejo la carabina, Juan Claudio; pero la guerra es la guerra; aquí tienes la carabina, el cuerno y el cuchillo. ¿Quién quiere prestarme una blusa y un palo? Nickel Bentz le dio su angarina y su sombrero. La gente que les rodeaba contemplábales con admiración.
Sigue cantando, muchacho... Estoy acostumbrado desde que vive aquí Gertrudis... Pero ¿qué vas a hacer con esa blusa blanca? ¿Crees acaso que voy a estar aquí de brazos cruzados? Descansa un día más. ¡Ni una hora! Mis ropas de holgazán están colgadas ya de un clavo. Martín ha visto las flores que están a la cabecera del lecho, y dice riendo de mala gana. ¡Habrase visto!
Se dan dos sueldos a un mendigo de blusa, diez al que viste de americana, cien al de levita; calcule usted lo que conviene ofrecer a los que mendigan en coche de cuatro caballos. ¿Quiere ir usted a ver lo que pide? ¡Diablo! Usted me ha contratado por meses; no contábamos las visitas. El doctor se hizo llevar a casa de la señora Chermidy. Cuando entró, estaba en escena.
En la sala de la alcaldía, desnuda y de paredes blanqueadas, sentado a la derecha del alcalde el inspector general presenció la entrada de los individuos del sindicato. Fueron llegando en fila, llevando unos la blusa nueva que les caía en pliegues rígidos sobre el pantalón de lana, y luciendo otros sus trajes del domingo ya pasados de moda.
Palabra del Dia
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