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Pero, sin saber quién la trajera, ya había corrido la voz por la romería de que Rosa se había escapado de casa con el señorito que la acompañaba. Y esto fue causa de que tanto los mirasen y tanta sonrisa maliciosa advirtiesen en los rostros entornados hacia ellos, que, enojados y molestos al cabo, determinaron volverse a la pomarada.

No es de extrañar que enojados los escritores que viven en provincias de que la fama de ellos no vuele, si antes no pasa por Madrid y en Madrid le prestan alas, sientan el prurito de aislarse, de escribir en la lengua o en el dialecto de la región en que nacieron, y de compensar así por la intensidad y la densidad la corta extensión de su nombradía. Lo cierto es que en España apenas se lee.

Por encima de todo, en lo más alto de la pared, hay una estatua de Buda. Al salir del teatro, los anamitas van hablando mucho, como enojados, como si quisieran echar a correr, y parece que quieren convencer a sus amigos cobardes, y que los amenazan. De la pagoda salen callados, con la cabeza baja, con las manos en los bolsillos de la blusa azul.

En resumen, Thiers abandonó Sevilla el viernes 26 de Septiembre, teniendo apenas tiempo para comer con el capitán general que lo invitó varias veces á su mesa, y dejando con la conducta que siguió en la ciudad harto enojados á los sevillanos cultos, como tan claramente se desprende de las citadas cartas.

En un día de estreno se enfrían muchas veces las relaciones con los mejores amigos, que acceden a perdonarle a uno algunos días después, si se ha obtenido un éxito brillante, pero que continúan enojados durante mucho tiempo cuando es víctima de un fracaso; de modo que queda uno mal con ellos como con el público. Bien dicen que «un mal no viene nunca solo».

El gran Thiers, en tanto, después de pesar en su mente las ventajas del viaje, miraba a su esposa como deseando que de ella partiese la iniciativa de conciliación. Era como cuando dos están enojados y ninguno quiere ser el primero en romper el hielo y hablar de paces. Rosalía se acostó, segura de que Bringas, a la mañana siguiente, se mostraría inclinado a aceptar la invitación de su primo.

En el viaje que acababa de hacer desde Nieva había recordado muchas veces los detalles de aquella memorable fuga, queriendo hallar en él cierta analogía con el de la santa. Ahora que se veía en presencia de jueces severos y enojados, notaba aún más determinada la semejanza, lo cual alentábala no poco a persistir en su propósito de mantenerse firme ante el peligro.

En fin, su segunda parte, siguiendo la tradución, comenzaba desta manera: Puestas y levantadas en alto las cortadoras espadas de los dos valerosos y enojados combatientes, no parecía sino que estaban amenazando al cielo, a la tierra y al abismo: tal era el denuedo y continente que tenían.

¿Qué es eso, gitana? ¿Estamos enojados por el lance? Otra corrida vendrá en que no tendré compromisos... Al mismo tiempo le tomó la barba con la punta de los dedos para acariciarla. Pero ella se sacudió vivamente, exclamando con voz alterada: ¡Quita allá, mala sangre!

Un año antes de imprimirse en Valencia la primera parte de las comedias de Lope, apareció en Lisboa el siguiente tomo, hoy bastante raro: «Seis comedias de Lope de Vega Carpio, cuyos nombres de ellas son estos: De la destrucción de Constantinopla. De la fundación de la Alhambra de Granada. Las açañas del Cid y su muerte, con la toma de Valencia. De los amigos enojados y verdadera amistad.