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Actualizado: 4 de junio de 2025


Yo no conozco a Galileo continuó don Luis . que fue un sabio, un genio de la ciencia. No soy más que un músico y entiendo poco de estas cosas. Pero a Beethoven lo adoro, y creo que mi padrino se quedó corto. Es un dios, es el hombre más extraordinario que ha producido el mundo. ¿No lo cree usted así, Gabriel?

Y en el silencio del claustro se besaron sin ruido, largamente, como si llorasen con las bocas juntas la miseria de su pasado y la brevedad de un amor en torno del cual rondaba la muerte. Arriba, el lamento de Beethoven seguía desarrollando sus inflexiones dolorosas, esparciéndose por las entrañas de la catedral dormida.

El maestro de capilla asintió tristemente con un movimiento de cabeza y salió tras los dos servidores del templo, contrariado, como si le arrastrasen a un trabajo penoso y antipático. Tarareaba distraídamente al dar la mano a Gabriel, y éste creyó reconocer un fragmento del Septimino de Beethoven en la música que, sorda y cortada, salía de entre los labios del joven sacerdote.

¡Pobre Beethoven mío! exclamó el estudiante dejando de tocar y haciendo un gesto de desesperación . ¡Qué lejos estabas de caer entre mis dedos! Me parece que debemos marcharnos dijo el tenedor de libros ofreciendo un pitillo a Alonso, que respondió: «No lo gasto» . ¿Nos vamos, Augusto? A escape. Ya no me acordaba de que tienen ustedes que ir a comer a la embajada inglesa...».

Era una combinación sencilla, como todas las cosas geniales. Por ejemplo... Y tendió su mano hacia una baraja que estaba en una mesa, sobre unos cuantos volúmenes encuadernados en rojo: las nueve sinfonías de Beethoven. ¡Ah, no!... El príncipe le contuvo con brusquedad, para que no se entregase á su manía demostrativa. Yo esperaba encontrar aquí á Atilio dijo luego suavemente.

Aquella vida siempre dada al ensueño, siempre mecida en los columpios de la fantasía, alimentada y nutrida con platillos lamartinianos, era desviada, acaso perniciosa; pero ¡ay! tan bella, que cada hora, suya se me antojaba como el canto de un poema sublime cuyas delicadezas y excelsitudes nos arrancan de esta pobre vida terrena y nos llevan a vivir en un mundo ideal; me parecen como una sinfonía adormecedora, algo como la música de los grandes maestros, así como de Mozart, Beethoven o Wagner, que nos saca de la penosa y prosaica vida material y por breves horas nos hace felices, aniquilando en nosotros todo dolor, todo fastidio.

El silencioso Luna era el único auditorio que había encontrado en la catedral, el primero que le escuchaba largas horas sin burlarse ni tenerlo por loco; antes bien, mostraba con sus breves interrupciones y preguntas el gusto con que le oía. El final de la conversación todas las tardes era el mismo: la grandeza de Beethoven, ídolo del sacerdote artista.

Al fin se la otorgaron, pero fue para despedirle a los pocos días: la música de Juan no agradaba a los parroquianos del Café de la Cebada; no tocaba jotas, ni polos, ni sevillanas, ni cosa ninguna flamenca, ni siquiera polkas; pasaba la noche interpretando sonatas de Beethoven y conciertos de Chopín: los concurrentes se desesperaban al no poder llevar el compás con las cucharillas.

Y como un eco de las reflexiones del rústico personaje, Karl, sentado en el salón ante el piano, entonaba á media voz un himno de Beethoven. «Cantemos la alegría de la vida; cantemos la libertad. Nunca mientas y traiciones á tu semejante, aunque te ofrezcan por ello el mayor trono de la tierra.» ¡La paz!... A los pocos días se acordó Desnoyers con amargura de estas ilusiones del viejo.

Quilito llevaba, a guisa de bandera, el faldón de don Raimundo, y gritaba: ¡Muera Schlingen! Susana Esteven repasaba al piano una sonata de Beethoven. Antes de salir a compras, en compañía de Angelita, su madre le había dicho: ¡Me atacas la cabeza, Susana, con esa sonata! Parece que tocas a ánimas o que llamas a misa.

Palabra del Dia

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