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Actualizado: 4 de junio de 2025


Por la noche, Valentina se acercó a mi lado en el jardín, juntos miramos al cielo; veía su cara risueña y espiritual, sonriendo, llena de luz, de vida y de sentimiento; en el piano las notas graves de Beethoven, me despedí de ella... La volví a ver otro día por la última vez... no pude, no supe decirle que la quería... Mi sueño se fue complicando poco a poco... apareció primero entre sus imágenes, la figura escuálida de un clérigo, después mi tío... a su lado, una mujer joven le estrechaba la mano... ¡esa mujer era Valentina!... Sentí una terrible opresión en el pecho; quise correr para separarlos, no pude: tenía ligados los pies; quise gritar para que me oyesen, tampoco pude, la emoción cerraba mis labios.

Al principio no disponía de más instrumento musical que un violín, y con él se entretenía por las noches; mas andando el tiempo logró traer hasta aquel desierto un piano, y fue feliz. Horas dulces, horas dichosas aquellas en que, después de una jornada laboriosa, regresaba a su casa y se ponía delante del piano para interpretar una sonata de Beethoven o un concierto de Chopin.

Todo lo que es hermoso me gusta y creo en ello como en una obra de Dios. «Creo en Dios y en Beethoven», como dijo su discípulo.... Además, ¿qué religión tiene la grandeza de la música? ¿Conoce usted el último cuarteto que escribió Beethoven?

Algunos hablaban de su mujer y sus hijos, y atusándose el pelo, justificaban con el amor a la familia lo extraordinario de sus ocupaciones. Hay que ayudarse con algo. Los tiempos están malos y cada uno se agarra a lo que puede. Uno de los jóvenes, el marqués que había encontrado a Maltrana cierto parecido con Beethoven, acosábalo con su pegajosa amistad.

Este innovador fue Senquá, del cual puede decirse que representaba con respecto a Ayún, en aquel arte budista, lo que en la música representaba Beethoven con respecto a Mozart.

Uno de los marqueses, con repentino arrebato, aproximó su silla, rozándose toda la tarde con aquel Beethoven que hablaba en griego. Maltrana no tardó en percatarse del escaso valor de aquellas gentes.

El padre de Beethoven quería hacer de él una maravilla, y le enseñó a fuerza de porrazos y penitencias tanta música, que a los trece años el niño tocaba en público y había compuesto tres sonatas. Pero hasta los veintiuno no empezó a producir sus obras sublimes.

Para ser feliz, no necesito más que cariño, sosiego y un mediano pasar. Un cuartito al Mediodía con ventanas al campo aunque esté sobre el tejado; una mujercita sana, risueña, que venga a abrirme la puerta; oírla teclear después de comer alguna sonata de Beethoven... y que me dejen libre alguna hora para modelar cualquier muñeco. Estoy solo en el mundo. Apenas he conocido a mi madre.

Bien necesitaba el pobre de cuidados. La patrona y sus viejas amigas lamentaban el estado del povero signor espagnuolo. Pasaba los días como un maniático, encerrado en su cuarto, el violoncello entre las rodillas, leyendo a Beethoven, su único pariente según él decía, el que jamás le había engañado. ¡Qué modo de hacer carrera!

Acudió el perro negro y puso su hermosa cabeza sobre las rodillas de la dama, mirándola de hito en hito con sus ojos negros y cariñosos, a cuya dulzura nada podía compararse. Dejó de oírse la voz inefable del piano, y Beethoven, con su mundo de sentimientos y de formas, desapareció en el silencio como una viva luz tragada por las tinieblas.

Palabra del Dia

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