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Actualizado: 4 de noviembre de 2025
En unos cuantos años de fatigosa peregrinación por las carreteras de la provincia, comiendo mal, durmiendo al raso y sufriendo el tormento de pasar meses enteros lejos de la familia, á la que adoraba con el afecto reconcentrado de hombre rudo y silencioso, Batiste sólo experimentó pérdidas y vió su situación cada vez más comprometida.
Conocía las amenazas de Pimentó, el cual, apoyado por toda la huerta, juraba que aquel trigo no había de segarlo su sembrador, y Batiste casi olvidaba á sus hijos para pensar en sus campos, en el oleaje verde que crecía y crecía bajo los rayos del sol y había de convertirse en rubios montones de mies. El odio silencioso y reconcentrado le seguía en su camino.
Esta magnanimidad de la víctima y de sus amigos alarmaba á Batiste, haciéndole vivir en perpetua defensiva. La familia, como medroso caracol, se replegó dentro de la vivienda, huyendo del contacto con la huerta. Los pequeños ya no asistieron á la escuela, Roseta dejó de ir á la fábrica y Batistet no daba un paso más allá de sus campos.
Treinta, y bien sabe Dios que nada gano.... Treinta, no me diga que no, porque me muero de rabia. Vamos... choque usted. Batiste agarró la cuerda y tendió una mano al vendedor, que se la apretó enérgicamente. Trato cerrado.
Y el fantasma, envolviéndole el rostro con su respiración ardiente, dejaba caer sobre Batiste una mirada que parecía agujerearle los ojos y descendía y descendía hasta arañarle las entrañas. ¡Perdónam, Pimentó! gemía el herido con voz infantil, aterrado por la pesadilla.
Yo tengo un pájaro que todo me lo comunica; y si mañana sé algo malo, andará la caña suelta como un demonio. Y plantado en la plazoleta, seguía mucho rato con la vista al grupo más numeroso, que se alejaba camino de Alboraya. Estos discípulos eran los que pagaban mejor. Iban entre ellos los tres hijos de Batiste, para los cuales se convertía muchas veces el camino en una calle de Amargura.
Batiste, solo bajo la parra, sin abandonar su postura de oriental impasible, mordía su cigarro, siguiendo con los ojos la marcha de la procesión.
Tiraban contra él.... Instintivamente se agachó, queriendo confundirse con la lobreguez del suelo, no presentar blanco al enemigo. Y en el mismo momento brilló un segundo fogonazo, sonó otra detonación, confundiéndose con los ecos aún vivos de la primera, y Batiste sintió en el hombro izquierdo un dolor de desgarramiento, algo así como una uña de acero arañándole superficialmente.
Creyó Batiste oir gritos ahogados de mujer, choque de muebles, algo que le hizo adivinar una lucha de la pobre Pepeta deteniendo á Pimentó, el cual quería salir para dar respuesta á sus insultos. Después no oyó nada, y sus improperios siguieron sonando en un silencio desesperante. Esto le enfurecía más aún que si el enemigo se hubiera presentado.
Ahora lo importante era tener buen ojo para escoger; serenidad para no dejarse engañar por la astuta gitanería que pasaba ante él con sus bestias, descendiendo luego por una rampa al cauce del río. Las once. El mercado debía estar en su mayor animación. Llegaba hasta Batiste el confuso rumor de un hervidero invisible; subían los relinchos y las voces desde el fondo del cauce.
Palabra del Dia
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