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Actualizado: 4 de julio de 2025
Batiste, al inspeccionar las incultas tierras, se dijo que había allí trabajo para largo rato. Mas no por esto sintió desaliento. Era un varón enérgico, emprendedor, avezado á la lucha para conquistar el pan. Allí lo había «muy largo», como decía él, y además se consolaba recordando que en peores trances se había visto.
Para el forzudo Batiste era un arma terrible este asiento de fuertes travesaños y gruesas patas de algarrobo, con aristas pulidas por el uso.
Todos le miraban de reojo, pero jamás oyó desde los campos cercanos al camino una palabra de insulto. Le volvían la espalda con desprecio, se inclinaban sobre la tierra y trabajaban febrilmente hasta perderle de vista. El único que le hablaba era el tío Tomba, el pastor loco, que le reconocía con sus ojos sin luz, como si oliese en torno de Batiste el ambiente de la catástrofe.
Y siguió adelante, desapareciendo en una revuelta del camino. A lo lejos, en la antigua barraca de Barret, ladraba el perro olfateando la proximidad de su amo. Al quedar solo, Pimentó recobró su soberbia. «¡Cristo! ¡Y cómo se había burlado de él aquel tío!» Masculló algunas maldiciones, y cerrando el puño señaló amenazante la curva del camino por donde había desaparecido Batiste.
Pagará el Batiste Borrull dos lliures de pena y cuatre sòus de multa . Pagará el Bautista Borrull dos libras como pena y cuatro sueldos de multa. Esparcióse un murmullo de satisfacción en el público, y hasta una vieja empezó á palmotear, gritando «¡vítor! ¡vítor!», entre las risotadas de la gente.
Batiste mugió con la satisfacción cruel que produce el goce de lo prohibido. ¡Qué peso se quitaba de encima!... Podían venir ahora los del tribunal y hacer lo que quisieran. Su campo bebía; esto era lo importante.
Eran más de las doce, y las siete acequias empezaban á mostrarse cansadas de tanto derramar pródigamente el caudal de su justicia, cuando el alguacil llamó á gritos á Bautista Borrull, denunciado por infracción y desobediencia en el riego. Atravesaron la verja Pimentó y Batiste, y la gente aún se apretó más contra los hierros.
Y así continuó la viborilla, soltando todo lo oído en su casa y en la vega: las mentiras fraguadas por los perdidos de casa de Copa, toda una urdimbre de calumnias inventada por Pimentó, que cada vez se sentía menos dispuesto á atacar cara á cara á Batiste, y pretendía hostilizarlo, cansarlo y herirlo por medio del insulto.
Y Batiste calló, mientras el monstruo de las siete cabezas, replegándose en el sofá de damasco, cuchicheaba preparando la sentencia. El tribunal sentènsia... dijo la acequia más vieja; y se hizo un silencio absoluto. Toda la gente de la verja mostraba en sus ojos cierta ansiedad, como si ellos fuesen los sentenciados. Estaban pendientes de los labios del viejo síndico.
Sin acuerdo previo, como si los odios de sus familias, las frases y maldiciones oídas en sus barracas surgiesen en ellas de golpe, todas cayeron á un tiempo sobre la hija de Batiste. ¡Lladrona! ¡lladrona!... Desapareció Roseta bajo los amenazantes brazos. Su cara cubrióse de rasguños. Agobiada por tantos golpes, ni caer pudo, pues las mismas apreturas de sus enemigas la mantenían derecha.
Palabra del Dia
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