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Actualizado: 29 de junio de 2025
»Al reconoceros, al daros lo bastante para que un noble pueda vivir en la corte de sus reyes como conviene á su nombre, he cumplido con Dios, con mi corazón y con mi honra. Un Girón, por más que sea bastardo, no puede llevar sino como antifaz, y durante cierto tiempo, un apellido ajeno por noble que sea. Escribo esta carta con las lágrimas en los ojos; acabáis de nacer y lloráis junto á mi.
Estoy satisfecho de vos por lo tocante á esa dama: pero os mandé además que diéseis una encomienda de Santiago á vuestro sobrino... Es que mi sobrino, no es mi sobrino... Sí, sí; ya sé que es hijo bastardo del duque de Osuna; pero esto no impide que le hayáis dado de mi parte la encomienda que os dí para él. ¡Inútil! ¿por qué? ¿hubiera despreciado don Juan un favor del rey hecho por mi medio?
Con la sonrisa en el labio Y con la miel en el alma Un dia tuve de calma Al presentir la amistad. Falsedad! Sus manos estaban frias, Yertas quedaron las mias Y volví á la soledad. Culto á la patria rendí, Y por conquistar un nombre Que lustre diese á mi nombre Combatí por su pendon. Ilusion! Alcancé lauro bastardo, Y una corona de cardo Fué todo mi galardon. Azoten mi sien tus alas!
Tú, torpe y confiado, creyéndote en tu vanidad asegurado en el favor del rey y superior á todo... pero continuemos y te convencerás de cuánto es lo que debes al bastardo de Osuna, sin que él, que porque es amigo de Quevedo te aborrece, sepa, ni por pienso, que te ha hecho el más leve servicio.
Pero el bastardo imperial hacía en Leganés una vida demasiado villana, confundido con los otros chicos del pueblo, y entonces Luis Quijada, mayordomo del César, y el único que sabía quién era aquel niño, se lo llevó á Villagarcía, de donde era Señor, y lo confió á su mujer, sin revelarle el secreto; por lo que esta ejemplarísima señora llegó á concebir tristes sospechas, que amargaron su vida hasta que, muerto ya el Emperador, hizo pública la verdad el rey D. Felipe II, reconociendo como príncipe y hermano suyo al que había de ser el primer guerrero de su tiempo.
Sí, pardiez: por ese bravo bastardo de Osuna que se nos presentó hace tres días, sobre un cuartago viejo, á Olivares y á mí.
Estaban en tal predicamento, en tal valía la nobleza de algunos apellidos, que honraban á todos los que los llevaban, aunque fuesen judíos convertidos, apadrinados por algún grande. Pero don Juan se había criado en un pueblo, en medio de los ejemplos de virtud y de dignidad de los que había creído sus parientes, y pensaba de otro modo. No le afligía el ser bastardo por sí, sino por su madre.
¡Ah, os negáis! No quiero ayudar á que os sacrifiquen. ¡Don Juan!... ¿Por qué me llamáis don Juan? Por... ¡por qué sé yo! ¿pero esto qué importa? Mucho... acaso el ser yo sobrino del cocinero del rey... Eso no importa nada... ¿Y si fuera peor? ¿si yo fuera un bastardo?... ¡Cómo! ¿sabéis?... ¿Y qué he de saber? ¿que soy hijo del duque?... Del gran duque de Osuna, y...
Semejantes á las de La Cueva, por los asuntos de que tratan, son las siguientes de la época inmediata: El bastardo Mudarra, de Lope de Vega; Los siete infantes de Lara, de Hurtado Velarde; El traidor contra su sangre, de Matos Fragoso; Las mocedades de Bernardo del Carpio, de Lope de Vega; El conde de Saldaña, de Alvaro Cubillo de Aragón; El cerco de Zamora, de Diamante; Las almenas de Toro, de Lope de Vega, etc.
No, no hay genio en la lombriz. Alejandro Dumas nos llama africanos á los españoles; enhorabuena. Preferimos ser tan bárbaros á ser tan cultos. No queremos ser tan civilizados como él, ni como tú, hijo infame y bastardo. Hijo desdichado, ven acá y oye. Tu padre te ha dado la vida: ¿eres tú quien ahora le aconseja que levante el brazo contra la suya?
Palabra del Dia
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