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Le daba miedo ver tanto gitano; le inspiraban inquietud estos hombres de color de bronce y mirada aviesa, como bandidos de carretera. Temía a las mujeres viéndolas de lejos vociferar y amenazarse en un lenguaje extraño, del que sólo entendía algunas palabras.

Ya estará usted enterado de lo que ocurre le dijo, mientras dos remeros hacían deslizar el bote sobre las olas . ¡Esos bandidos!... ¡Esos mandolinistas!... Ulises, sin saber por qué, hizo un gesto afirmativo. Este burgués indignado era un alemán: uno de los que ayudaban á la doctora. Bastaba oírle.

El tren corría por la costa, teniendo á un lado el desierto azul del golfo de Salerno y al otro las montañas rojas y verdes, manchadas de blanco por aldeas y caseríos. Todo lo abarcó la doctora con sus vidrios fulgurantes. ¡País de bandidos! dijo mostrando el puño . ¡Tierra de mandolinistas, sin palabra y sin gratitud!...

Cuando se tuvieran llenas las cárceles, se metía a los criminales en un barco viejo, se le llevaba a alta mar y se le daba un barreno. ¿Por qué ha de mantener la nación a los bandidos, vamos a ver? Yo, que estaba pasmado de aquellas atrocidades, asentía sonriente con la cabeza. En aquel momento hubiera convenido con él en que era menester degollar a las dos terceras partes de los españoles.

Vamos a ver, ¿cree usted o no, que los hombres sean generalmente unos bandidos? Juan apoyó la punta de su nariz sobre el índice de su mano derecha, lo que es signo seguro de profunda meditación. Después de haber reflexionado un minuto me dio esta respuesta, neta y decisiva: Óigame señorita, le diré a usted: puede ser que sea así, y puede ser que no.

Ya sabe usted que el noble corazón de los vendeanos era la única condecoración de aquel ejército; su adversario se da cuenta de ello, y viendo una ocasión de perderle sin exponer su vida, lanza un grito al cual acuden una docena de bandidos, a los cuales tenía sin duda apostados allí, para alguna otra cobardía. «¡Detenedle exclama , es un oficial realista, un enemigo de la repúblicaMi padre lucha vanamente contra aquellos miserables que le rodean, le desarman y le arrastran a un calabozo.

Dame pruebas de ello. Escuche su merced. Me maniataron muy bien, y me llevaron por unos barrancos endemoniados hasta dar con una plazoleta donde acampaban los bandidos. Estaba yo haciendo estas reflexiones, cuando se me presentó un hombre vestido de macareno con mucho lujo, y dándome un golpecito en el hombro y sonriéndose con suma gracia, me dijo: Compadre, ¡yo soy Parrón!

Explicaos, exclamó el señor de Morel, esperando atentamente la respuesta del funcionario. Lo que pasa, señor, es que el sanguinario pirata Cabeza Negra, uno de los más crueles bandidos normandos, acompañado del genovés Tito Carleti, ha aparecido últimamente por nuestras costas, saqueando, incendiando y matando.

García . ¡La bahía!... . Esos canallas tienen una bahía, y con ella nos han robado a nosotros todo el comercio; pero, ¿para qué necesita tener bahía una capital de provincia? ¡La bahía! Yo espero continuó el Sr. García, dirigiéndose al inglés que usted no ha venido desde tan lejos para tomar la defensa de una taifa de bandidos como esos de Vigo.

¿Por qué estaba tan alegre esa muchacha?... repitió la señorita Guichard pensativa. Pasó la velada jugando al bezigue con Bobart y soñó por la noche que Roussel había entrado á viva fuerza en el castillo, con la cara embadurnada de negro, como los antiguos bandidos, y la había puesto un puñal en la garganta para obligarla á decir dónde había ocultado á su sobrina.