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Actualizado: 25 de junio de 2025
Entendiéndolo así Leto, a una señal muy expresiva y cuatro palabras enérgicas enderezadas a Cornias, fue el balandro recogiendo todas sus lonas, como la gaviota sus alas al posarse blandamente sobre la onda marina.
Y no hay más ni menos... y al sol. Al llegar al muelle guardó el clavel, después de olerle, en su bolsillo de pecho, con mucho tiento para que no se viera ni se deshojara. El balandro estaba ya solo y en su fondeadero de costumbre.
Bien poco trabajo le costó a Leto mostrarse cortés y hasta rumboso en aquel particular; porque precisamente el balandro, sus condiciones marineras, sus hechos y valentías, y las altas prendas del generoso amigo que se le había regalado, eran los temas de conversación que más le agradaban; los únicos acaso con que se dejaba ir, hablando, hablando, al sosegado curso de sus ideas, sin la menor protesta de aquel diablillo psicológico que se lo echaba todo a perder cuando sus elogios o sus juicios recaían en cosa nacida de su cacumen, o, aunque propia, no tuviera consagrados los méritos por otro juicio de indiscutible autoridad. ¡La maldita desconfianza!
Teniendo esto en cuenta, sólo aguardaban los del comedor la vuelta de Nieves para salir con ella a hacer la proyectada visita al balandro de Leto, número primero de los del programa dispuesto para aquella tarde.
Y comenzó el balandro a navegar, ciñendo y escorando; pero no como en la bahía, en plano perfectamente horizontal, sino entre balances y cabezadas, que iban acentuándose a medida que refrescaba la brisa y la mar se rizaba, cubriéndose de carneros y garranchos.
Por de pronto, mi señor don Alejandro contestole Fuertes con cierta socarronería , ha sido usted uno de los tres valientes que nos hemos colado en el pozo por entrar en el balandro; y después, mire usted, yo me he visto cara a cara con los moritos en Monte Negrón y en los Castillejos, y hasta en lo de Wad Ras, que fue más agrio que lo que a ustedes se les figuró; y sin echármelas de valiente al decirlo, ni perdí la serenidad, ni el coraje... ni las ganas de pegar; porque aquello era otra cosa: había siquiera suelo firme en que pisar... y en que morir, si era preciso, defendiendo la vida honradamente; pero esto es entregarse a la muerte atado de pies y manos y metido ya en el ataúd...
»Pero donde hay que verle es en su balandro primoroso, regalo de un inglés espléndido que vivió en Villavieja dos años, y llegó a entusiasmarse con las raras prendas de este chico. ¡Allí sí que es otro hombre, Virtudes! Allí no conoce a nadie, ni se intimida por nada.
Era listillo y valiente; y en cuanto llegó el balandro de Inglaterra, por recomendación de Leto se encargó de hacer en él los mismos servicios que en el bote. Si Cornias estaba entusiasmado con aquel barco tan hermoso, el inglés estaba chocho con Cornias, por su tipo, por su afabilidad y por su inteligencia para aprender las maniobras.
Bien decía don Adrián que el balandro era la borrachera de su hijo... Como Nieves había tratado a muy pocos hombres y a esos pocos muy superficialmente, no se atrevía a asegurar si abundaban los que se componían de elementos tan incongruentes como los de Leto; pero abundaran o no, no podía dudar ella que Leto era un mozo muy raro... Por supuesto, que hablando de él con su padre, con el de Nieves, no le había comunicado todas estas observaciones, porque no le parecieran demasiado y la llamara reparona... De todas maneras, raro o no raro, guapo o feo, que esto la tenía a ella sin cuidado, Leto había sido una gran adquisición, porque era un estuche de cosas, cabalmente de las que más le gustaban a ella; y era preciso conservarle y sacar de él todo el partido posible... Era de creer que con la frecuencia del trato fuera él adquiriendo mayor confianza en sí mismo; y de este modo, lo que en aquellos momentos le parecería al pobre chico carga pesada tal vez, por razón de su cortedad, llegaría a resultarle lo contrario... Entonces, satisfecho él... gozosa ella... todos contentos y entretenidos... Rufita González... escribir a Méjico... Leto mar afuera... Nachito con enaguas... ella huerita y pintando... ¿qué cosa?... ¿con quién?...
El agujero se llamaba el pozo; y el templete que se alzaba entre el emplazamiento del palo y el lado del pozo de hacia proa, con lumbreras a los costados y barritas de metal para protegerlas, era el tambucho, o cúpula de la cámara que estaba debajo, bastante cómoda según iba a verse enseguida, porque ya no había en el balandro cosa que mereciera ser explicada ni vista desde el muelle.
Palabra del Dia
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