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Actualizado: 25 de julio de 2025


Ya ha visto usted cuántos paseos he dado sin él en el balandro, con muchísimo gusto suyo... Algo le inquietan los peligros del barco, por su poco juicio; pero como yo no los temo y usted es buen piloto, con tal de que yo me divierta... En lo demás, él es de opinión de que no se viene aquí a guardar etiquetas, ni a hacerse esclavo de miramientos vanos. Muy bien pensado.

En poco tiempo se puso al corriente de todo y en aptitud de manejar el balandro tan guapamente: le quería como a las niñas de sus ojos.

De puro ateo y compasivo que es; sólo que el mejor día le va a borrar alguno la sonrisilla esa de un bofetón... digo, me parece a ... ¡Ajá!... ya estamos... Hoy no basta la mano, porque son muchos los escalones descubiertos y están algo resbaladizos: tenga usted la bondad de tomar mi brazo... ¡Atraca bien, Cornias, y ten firme!... Poco a poco, Nieves... Déjeme usted pasar primero al balandro... Deme usted su mano ahora... Muy bien... Ya estás botando, Cornias; y en el aire... ¡Listo el foque para hacer cabeza!... Pase usted a su sitio de costumbre, Nieves, que es el más seguro... Eso es... Avante vamos... ¡Listo el aparejo!

Cornias, según Leto le había pintado en la mesa, pero con pantalón blanco y camisa con lunares, si no nueva, recién estirada, aguantaba el balandro atracado a la zanca de la escalera, con las uñas hincadas en los tablones.

Cuando llegó a él, no pensó siquiera en meterse en el balandro que estaba a dos brazas de la escalerilla: limitose a hacer a Cornias, ocupado en recoger el aparejo a toda prisa, algunas advertencias sobre el particular, y enseguida tomó el camino del Miradorio. Le estaba preocupando a él la cosa aquella desde el momento mismo en que había sucedido.

No sabemos si por distracción de los dos o por algún accidente imprevisto, porque escribimos de referencia, se fueron al agua de repente, uno tras otro, en alta mar; y en ella hubieran perecido, porque el balandro llevaba mucho andar, sin la serenidad y la destreza del marinero que los acompañaba a bordo y logró recogerlos.

Cornias se había excedido algo de las órdenes recibidas: bien que el balandro tuviera en aquella ocasión cada cosa en su sitio, pero no tan a la vista; entre otras razones, porque el gualdrapeo de las velas desplegadas, tras de producir balances al barco, hacía trabajar al palo inútilmente.

Desde el Miradorio había columbrado el palo del balandro con su grimpolón azul, y las pícaras tentaciones habían hecho lo demás. De manera, Leto dijo en conclusión y deteniéndose para decirlo , que ese paseo va a ser de contrabando, porque papá no sabe nada de él.

»Sobre esto del yacht, sólo le he dicho a usted que Nieves se perece por andar en él, y que su padre, menos aficionado que ella a esta diversión, cuando no quiere o no puede acompañarla, tolera muy gustosa que vaya sola conmigo y con el famoso Cornias; pero nada le he hablado de lo intrépida que es allí; de cómo se le revela el placer de que va poseída en el ardor de la mirada y en la gallardía de sus posturas; ni de cómo me tienta y seduce con palabras o con gestos más tentadores que ellas, a que fuerce y obligue al balandro a hacer lo que yo no quiero que haga, ni debe de hacer cuando lleva una carga tan preciosa... ¡Y el demonio del barquichuelo, como si lo conociera, hombre!

A este programa continuó el sabio , siguen, como usted ve, unos versos, tontos y malos, como todo lo que pueden escribir estos majaderos villavejanos; a los versos, un sueltecillo sobre policía urbana; al suelto, más versos, detestables también; y así alternando versos chabacanos con gacetillas mías, concluye la tercera plana, y comienza la cuarta con esta noticia que voy a leer a usted, y dice así: «Percance grave: El jueves último salieron a voltejear fuera de la bahía, como lo tienen por costumbre, en un balandro de recreo, un joven muy conocido, de esta población, y una linda y elegante señorita forastera que reside en sus inmediaciones.

Palabra del Dia

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