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Actualizado: 1 de mayo de 2025


Bajaron hasta la galería de la mina y allí cayeron. Plutón de pie, Demetria de espalda. Aquél quiso ayudarla á levantarse, pero ella se alzó bravamente en seguida y recogiendo precipitadamente la pequeña hoz que brillaba en el suelo porque la había dejado caer en su descenso, se alejó de él blandiendola con su mano crispada. Se hallaban casi en tinieblas.

De aquí que el malacara y el alazán tuvieran fe en el alambrado que iba a construir el hombre. La pareja prosiguió su camino, y momentos después, ante el campo libre que se abría ante ellos, los dos caballos bajaron la cabeza a comer, olvidándose de las vacas. Tarde ya, cuando el sol acababa de entrarse, los dos caballos se acordaron del maíz y emprendieron el regreso.

Por el mes de octubre del año próximo pasado de 1784, al tiempo que el ilustrísimo señor don Fray Luis de Velasco, obispo de esa ciudad del Paraguay, visitaba los pueblos de su diócesis, estando en el de Corpus bajaron los indios Guayanás cristianos a confirmarse en aquel pueblo.

Ryp, el cocinero, registró los armarios de Zaldumbide y vino ayudado por dos amigos con tres cofres de latón. Otros, por orden del teniente, bajaron los rifles. Embarcamos tres cajas de galleta, agujas, tijeras, todo lo que pudimos. La ballenera llevaba un barril de agua y una linterna, que nos serviría para mirar de noche la brújula.

Chistó al cochero, subió y se sentó al lado de su rival. Por la emoción misma no advirtió la falta de respuesta que había seguido a su breve saludo. Ambos bajaron del carruaje sin haber conversado una palabra. Debías echar a tu sirviente dijo Muñoz al fin; me aseguró que no volverías hasta la madrugada.

Tócame ahora decir algo de los estudiantes irlandeses, con tanto más motivo, cuanto que, estando todavía nosotros en aquel magnífico patio, bajaron de dos en dos la amplia escalera del edificio, seguidos de un sacerdote; pasaron á nuestro lado, mirándonos con disimulo y poniéndose más encarnados que la grana, y se dirigieron á la contigua iglesia.

Esta ha sido mi vida. Errores, faltas, he cometido. ¿Quién no los comete?... Esto decía el manuscrito de mi tío Juan de Aguirre. Un dia de otoño, al anochecer, se presentaron en Lúzaro, en la posada de Chiquierdi, dos extranjeros de aspecto sospechoso. Bajaron de las diligencias, entraron en la cocina de la posada, y, mientras cenaban, preguntaron con gran interés por don Santiago Andía.

Y como se pusiera repentinamente de mejor humor propuso a su amigo el salir a tomar café. Lo tomaron en la Cervecería Inglesa y desde allí bajaron a Recoletos dando un paseo y siguiendo por la Castellana hasta el final. Allí Tristán quiso entrar un momento en el tiro de pistola.

Los tres bajaron conmigo hasta la corralada, desde cuya puerta les di el último adiós, con los ojos y el pensamiento fijos en Lituca, cuya expresión de pena bien sentida le agradecí en el alma.

Por donde quiera que pasaba, quedaba un rastro de sangre. Al fin bajaron al piso bajo, y el bufón señaló un rincón oscuro en una sala lóbrega. Dejémosle aquí dijo.

Palabra del Dia

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