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Actualizado: 4 de junio de 2025
A las siete de la mañana, hora en que empezó a aclarar, salieron los tres, atravesaron el túnel de Lizárraga y comenzaron a descender hacia la llanada de Estella. El extranjero montaba en un borriquillo, que marchaba casi más deprisa que los matalones en que iban Martín y Bautista. El camino serpenteaba subiendo el desnivel de la sierra de Andía.
El periódico traía al principio una narración que se llamaba: «El duelo de Shanti Andía», y contaba mis amores con Dolorcitas en Cádiz y mi desafío con el marido, todo arreglado de tal manera, dicho con tal perfidia, que yo aparecía como un miserable completo. El artículo me produjo una cólera profunda y determiné insultar y abofetear a Machín la primera vez que lo encontrara.
Una tarde de diciembre, al volver de la relojería, ya obscurecido, un chiquillo me detuvo y me entregó una carta. ¿Quién podía escribirme? Examiné el sobre a la luz de un farol. Era letra de mujer. Con gran curiosidad leí la carta, que decía así: «Al capitán don Santiago de Andía.
Quizá mi sino era morir asi, en el mar, de héroe, y que los chicos de mi pueblo hablaran de Shanti Andía como de un personaje de leyenda. La primera impresión al entrar en el bote fué de sofocación; los sudestes y Ciras de los pescadores echaban un olor, mezcla de aceite de linaza, de pescado frito y de agua de mar, muy desagradable.
Esta ha sido mi vida. Errores, faltas, he cometido. ¿Quién no los comete?... Esto decía el manuscrito de mi tío Juan de Aguirre. Un dia de otoño, al anochecer, se presentaron en Lúzaro, en la posada de Chiquierdi, dos extranjeros de aspecto sospechoso. Bajaron de las diligencias, entraron en la cocina de la posada, y, mientras cenaban, preguntaron con gran interés por don Santiago Andía.
Sobre todo, por parte de mi madre, por los Aguirres, la genealogía marítima es abundante e inacabable. Mi padre, Damián de Andía, fué también capitán de barco. Murió en el mar, en el Canal de la Mancha. Una noche, cerca del Finisterre inglés, naufragó la corbeta que mandaba, la Mary-Rose; sólo un marino pudo salvarse. A pesar de que yo era muy niño, recuerdo bastante bien a mi padre.
Por cierto que antes de llegar a las Palaos encontramos dos islas de coral que no aparecían en los mapas, y a una le llamamos con el apellido de don Ciriaco, isla Andonaegui, y a la otra, isla de Santiago Andía. Dos años y medio después de la salida llegamos a Cádiz. Yo recuerdo que marqué el punto con la brújula con una gran emoción.
Palabra del Dia
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