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El periódico traía al principio una narración que se llamaba: «El duelo de Shanti Andía», y contaba mis amores con Dolorcitas en Cádiz y mi desafío con el marido, todo arreglado de tal manera, dicho con tal perfidia, que yo aparecía como un miserable completo. El artículo me produjo una cólera profunda y determiné insultar y abofetear a Machín la primera vez que lo encontrara.

La querella entre el marqués de Lara, intendente de Huamanga, y el señor López Sánchez, obispo de la diócesis, fué la piedra de escándalo de la época. Su ilustrísima, despojándose de la mansedumbre sacerdotal, dejó desbordar su bilis hasta el extremo de abofetear al escribano real que le notificaba una providencia.

Clementina, en cuanto a conducta, vale tanto como yo ... menos que yo, porque al fin y al cabo soy libre, y ella no.... Pero tienes menos vergüenza que ella.... ¡Qué se puede esperar de un hombre que se pone de rodillas delante de una p... y se deja abofetear por ella! Lo mismo que de todos esos pendones viejos que irán a tu baile y que nos pueden poner a nosotras escuela de porquerías.

Y se echó a dormir. Padre Carantoña dijo Nazaria al despedir al fraile . Hágame un favor. Si ve a Rumaldilla en la tienda o jugando en la calle, dígale que suba. Aquella tarde sintiose la insigne carnicera bastante molestada de la dispepsia que padecía. Hallábase en disposición de abofetear a todo el género humano, porque las malas digestiones exacerbaban su carácter agrio y despótico.

Esto de abofetear á los que le parecía, era procedimiento que usaba con frecuencia el famoso escribano del crimen, y así, en cierta ocasión la emprendió á bofetones con un sastre en su mismo despacho; en otra con un sillero de calle Colcheros, y con los vendedores ambulantes de la Costanilla y el Salvador lo hacía con frecuencia, llegando en sus valentías á hechos como éste, que da gráfica idea de lo que era el mozo, y que para él no existía el respeto y consideración al sexo débil.

Hubiera podido, hubiera debido dar explicaciones, rebatir la terrible acusación de la marquesa; los ojos de Clara se las demandaban con insistencia; pero la innata y fiera altivez de su naturaleza le cerraba los labios. Suponer que él era capaz de dejarse abofetear con el objeto de tener facultad para elegir armas era una injuria que su esposa no tenía derecho siquiera a imaginar.

La misma gravedad del insulto me indica que hubo de tu parte un acto extraordinario. ¡Atreverse ese pobre muchacho respetuoso y tímido á querer abofetear á un hombre como !... ¿Qué has hecho para excitarle hasta ese punto? Lubimoff no se dignó responder. Sin abandonar su enfurruñada inmovilidad, preguntó lacónicamente: ¿Quieres ó no quieres?