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Actualizado: 7 de junio de 2025
Ese día sucederá algo que hará latir mi corazón, un acontecimiento que desde ahora me da ganas de saltar a más no poder, de arrojar al aire el sombrero, de bailar y de hacer locuras. ¡Dios mío, que cosa linda es la vida! «Sin embargo, nada es perfecto en la tierra; vos no estáis aquí, y os extraño mucho. No puedo deciros ¡cuánto os extraño, mi pobre cura!
Todos esperaban de un momento a otro verle tendido en el suelo; pero él seguía bailando, adivinándose el esfuerzo de su voluntad, su resolución de perecer antes que confesar su flaqueza. Se cerraban ya sus ojos con el vértigo, cuando sintió que le tocaban en un hombro, según costumbre, para que cediese la pareja. Era el Ferrer, que se lanzaba a bailar por primera vez en la tarde.
A ratos corría velozmente; luego se detenía, y acercándose a los matorrales sacaba su sable y la emprendía a cintarazos con un chaparro o una pita; luego parecía bailar, moviendo brazos y piernas al compás de su propio canto, y también echaba al aire su sombrero portugués para recogerlo en la punta del sable.
¡Ya ves, bailar! ¡Dios, mío! ¡qué niña eres! Querida Blanca, si la humanidad tuviese ingenio, día y noche bailaría. Vamos, Reina, hace frío y puedes resfriarte; acuéstate. Arrojé mi almohada a un rincón y me metí en la cama. Blanca sentose a los pies e improvisó una arenga.
Sábete, Vizconde, si ya no lo sabes, que mi madre se llamaba la Pascuala, celebradísima como única en el cante gitano y en bailar el vito. Siendo yo muy niña todavía, me dejó huérfana y menesterosa. Bien sabe el diablo cómo después me he criado y he crecido. Nada debo a España.
La cena, que comenzara temprano en la Casa Roja, había terminado, y la fiesta había llegado en ese momento en que la misma timidez se convierte en alegría natural, el momento en que los señores que tienen conciencia de sus extraordinarios talentos acaban por dejarse persuadir de que deben bailar un «hornpipe».
Porque al volver los ojos en una de sus graciosas volteretas y percibir la falange de sus contrarios, dejó caer los brazos con abatimiento. Sus movimientos fueron desde entonces más lentos y desmayados. Pero ingenioso siempre y fértil en intrigas, aprovechó un momento de respiro en el baile para dirigirse al grupo de sus enemigos y en tono franco y afectuoso les dijo: Amigos, ¿no queréis bailar?
No pudiendo bailar con su adorada ni hablar a solas, tanto por prudencia como por las muchas obligaciones que aquella noche pesaban sobre ella, se consolaba oyendo a Lola relatar pormenores referentes a su amiga.
Despues se les lleva de casa en casa á visitar á los parientes para el besamanos; allí tienen que bailar, cantar y decir todas las gracias que sepan, tengan ó no humor, esten ó no incómodos en sus atavíos, con los pellizcos y las reprensiones de siempre cuando hacen alguna de las suyas. Los parientes les dan cuartos que recogen los padres y de los que regularmente no vuelven á tener noticia.
Silencio acerca de este particular, porque si alguien lo dice en Peñascosa, le sacan los ojos. Las componen generalmente sobre canciones populares que sirven para bailar en las romerías.
Palabra del Dia
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