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Actualizado: 2 de junio de 2025


Impulsado por la curiosidad, hizo Robledo involuntariamente un leve gesto de aceptación y ella reanudó su marcha. Pero sólo dió algunos pasos, deteniéndose ante la cancela de un bar de aspecto sórdido, con tupidos visillos en los cristales. Guiñó un ojo, y abriendo la mampara desapareció en el interior del sucio establecimiento. Quedó indeciso el español.

Una cacería humana iba á desarrollarse en la noche, y él, Ferragut, sería el gamo acosado por la canalla del bar. «¡Ah, no!...» El capitán se acordó de Von Kramer galopando míseramente en pleno día por los muelles de Marsella... Si lo habían de matar, que no fuese huyendo. Continuó su avance con paso rápido. Adivinaba el plan de sus enemigos.

La tranquilidad se restableció gracias a la intervención de algunos marineros que limpiaban la cubierta y a la amenaza del mayordomo de introducir por las ventanas las mangueras del riego... Con la calma renació el buen acuerdo; todos pedían lo mismo: más champán. Y como era la hora en que se cierra el bar, muchos hacían provisiones, guardando las botellas debajo de las mesas.

Tenía más dinero que Alicia y su representante: podía resistir, y acabaría por vencerlos. El príncipe se fué al bar, entreteniéndose en beber lentamente dos mixturas americanas, dulces y amargas al mismo tiempo, muy cargadas de alcohol. Quería embriagarse un poco, para sentirse al mismo nivel de aquella mujer que tan desesperadamente jugueteaba con la suerte. Se vió solo.

Hasta aquel momento, Federico Bullen, oráculo y cabeza de Bar Sansón, no había hablado. Pero se quitó la pipa de los labios y prorrumpió: Viejo, ¿y cómo sigue tu niño Juanito? Se me figuró algo enfermizo la última vez que lo vi en el camino tirando piedras a los chinos, y no parecía interesarle eso en gran manera.

El miedo á la duda futura le impulsó á la acción, haciéndole abrir con cierta violencia la puerta del bar. Vió seis mesas, un diván de hule abullonado á lo largo de las paredes, espejos borrosos, y un mostrador que tenía detrás una anaquelería con botellas. El mostrador lo ocupaba una mujer algo vieja y de gordura elefantíaca, con los ojos pintados de negro y la cara moteada de granos y costras.

Además, en las tardes de mala suerte, visitaba con frecuencia el bar del Casino, buscando la inspiración en una serie de whiskys tomados de pie y á toda prisa. Fornido, algo cuadrado, con la cabeza pequeña, los ojos intensamente azules, el bigote rubio y canoso, Atilio le encontraba cierta semejanza con un jabalí, tal vez por su acometividad y aspereza en momentos de mal humor.

Daban empellones para hacer mayor el círculo en torno del caído; pero inmediatamente se volvían hacia éste, ordenando socorros inútiles, y otra vez se estrechaba el espacio, llegando los pies de los más avanzados junto á la boca aulladora del moribundo. Una jovencita había trotado espontáneamente hasta el bar de la entrada del Casino, volviendo con un vaso de agua. ¡Antonio!... ¡Antonio!

Si los demás presentes eran por el estilo, bien necesitaba el Emperador una acémila para cada presente. A la segunda comida que el rey de Francia dió á su huésped, asistieron el Delfin, el duque de Sajonia, las duques de Berry, de Borbon, de Brabante, de Borgoña, de Bar, el conde de Eu, y cerca de mil caballeros y barones, así extranjeros como franceses.

Su primera esposa, una mujercita delicada y bonita, había sufrido las más vivas y celosas sospechas de su marido, hasta que un día éste convidó a su casa a todo el Bar para que su infidelidad quedase plenamente probada. Pero al llegar los de la partida, encontraron a la tímida e inocente criatura tranquilamente ocupada en sus obligaciones caseras, y tuvieron que retirarse corridos y avergonzados.

Palabra del Dia

lanterna

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