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Actualizado: 13 de junio de 2025
Pero, entre aquella muchedumbre que llenaba los ámbitos de la iglesia, sólo el padre y el novio sintieron penetrar en sus corazones las terribles palabras de las plegarias que con lúgubre armonía se elevaban al Cielo entre nubes de incienso; y, particularmente el doctor se apropiaba con avidez el sentido de los versículos más tristes y en el fondo de su alma repetía las palabras del sacerdote que oficiaba: «Daré el reposo a los justos dice el Señor porque hallaron gracia a mis ojos y les conozco por su nombre.
Avanza lentamente un matrimonio de viejos: dos seres pequeñitos, arrugados, trémulos, que se detienen un momento, respiran con avidez, gimen é intentan seguir adelante. Ella, vestida de negro, con una capota de plumajes roídos por la polilla, se muestra la más animosa. Es enjuta y obscura; sus miembros, flacos y nudosos, parecen sarmientos trenzados.
Las labores de bordado de las Filomenas, las planas de las Josefinas y otros primores de ambas estaban expuestos en una sala, y todo era plácemes y felicitaciones. Las señoras entraban y salían, dejando en el ambiente de la casa un perfume mundano que algunas narices de reclusas aspiraban con avidez.
Esto del frío produjo en mi imaginación un trastrueque súbito de ideas; y olvidando al enfermo, no me acordé más que de la intentona dispuesta por los tres forajidos para aquella noche; y así es que pregunté a Neluco con la misma avidez que pudo hacerlo Facia en sus «mejores días» de espantos y congojas: ¿Cree usted que nevará?
Porque Ángel, artista de corazón y con el pecho atestado de impresiones vírgenes y profundas, estaba maravillado de ver cómo aquella flor purísima iba desplegando sus hojas al calor del nuevo sol, y absorbiendo con avidez la luz y el ambiente del desconocido mundo, a medida que se ensanchaba y crecía sobre su tallo oscilante. Estas metáforas eran de Ángel.
Las Aliaga oían sus palabras con una suerte de avidez febril. Rara vez ocurría que así se pusiera a contar historias de su tiempo; la vejez avanzada había atenuado mucho su sensibilidad, le había comunicado una especie de indiferencia para todas las cosas, y también para sí misma, porque hablaba de morirse sin que tal idea despertase en ella zozobra alguna.
Hela aquí dijo el oficial sacando otra lista. Recorrióla con suma avidez Montiño y con cierto disgusto, porque no halló nada que reprender, y esto, hasta cierto punto, ofendía su amor propio. Está visto que yo aquí no hago absolutamente falta repitió . Todo esto está muy bien.
Al oír el estrépito de afuera, suspendió hasta las lágrimas y se lanzó a uno de los cuarterones abiertos, y allí se estuvo mirando, con la avidez de un sediento, aquella mar de lluvia cernida, revuelta y zarandeada en el espacio por la furia del vendaval.
Rafael, sin darse cuenta de lo que hacía, bajó a la calle y poco después, se vio en el puente, donde algunos noctámbulos, con el sombrero en la mano, respiraban con avidez, contemplando el haz de reflejos sueltos, como fragmentos de espejo, que la luna proyectaba sobre las aguas del río.
Aunque el ilustre combatiente no manifestaba tener mas de sesenta años, ni se mostraba muy erudito en punto á geografía francesa, eso no impedia que un grave ciudadano de «la pérfida Albion» estuviese recogiendo con avidez las reminiscencias del suizo y anotándolas cuidadosamente en una cartera de viaje, como novedades de primer orden.
Palabra del Dia
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