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Actualizado: 13 de junio de 2025


Juan Bou era un barcelonés duro y atlético, de más de cuarenta años, dotado de esa avidez de trabajar y de esa potente iniciativa que distinguen al pueblo catalán; saludable como un toro, según su propia expresión; de humor festivo y palabra trabajosa.

La vieja prorrumpió en lamentos. ¡Lo que ella había dicho! ¡La sangre corrompía; el maldito susto que no había querido salir y ahora, con la muerte, se le esparcía por todo el cuerpo! Y se abalanzaba sobre la agonizante, besándola con una avidez loca, como si la mordiese para volverla a la vida. ¡Se ha muerto, don Fernando! ¿No le ve su mersé? Se ha muerto... Salvatierra hizo callar a la vieja.

Varios soldados británicos, serenos y flemáticos, pidieron, al subir, una pipa, y empezaron á fumar con avidez. Otros náufragos, ligeros de ropa, se limitaban á envolverse en una manta, iniciando el relato de la catástrofe minuciosa y serenamente, como si estuviesen en un salón.

El Zapaterín, al emprender su regreso a Sevilla en segunda clase, mientras la cuadrilla marchaba a pie, pensó que comenzaba para él una nueva vida, y tuvo una mirada de avidez para el enorme cortijo, con sus extensos olivares, sus campos de granos, sus molinos, sus prados que se perdían de vista, en los que pastaban miles de cabras y rumiaban, inmóviles, con las piernas encogidas, toros y vacas. ¡Qué riqueza! ¡Si él llegase un día a poseer algo semejante!...

Notó Julián que el marqués, a diferencia de algunas horas antes, parecía malhumorado e impaciente. Recelaba el capellán interrogarle. Determinóse al fin. ¿Y... dará tiempo a que llegue el médico? ¿Que si da tiempo? respondió el señorito embaulando y mascando con colérica avidez . ¡Como no lo de más!

¡Tira! contestó Simón. El arquero tendió su arco y la flecha cayó dentro del parapeto. Atado á su extremo tenía un largo bramante del que Simón se apoderó con avidez. ¡Salvados! dijo, y luégo inclinándose hacia sus camaradas, gritó: ¡Atad ahora la cuerda, larga y fuerte! Á los pocos momentos tenía en sus manos la gruesa cuerda salvadora.

Busco ahora en el pasado, con triste avidez, todos los hechos, todos los incidentes que hace largo tiempo me hubieran instruído si el respeto filial, la costumbre y la indiferencia de un feliz ocioso, no hubieran cerrado mis ojos á toda luz.

A todo esto, la hija mayor de la Briffarde, pálida muchachona de unos doce años, estaba repartiendo entre sus hermanos el pan, la carne y unos cuantos coscorrones destinados a reprimir la indiscreta avidez de su apetito, todo esto en medio de un ruido infernal de gritos y llantos. Salgamos me dijo Luciana, sofocada por el hedor de aquella cueva y estremecida de repugnancia.

Las Aliaga la escucharon con aquella misma atención recogida que Adriana había observado ya en ocasiones pasadas. Laura, sin embargo, atendía con menos avidez que las otras, como si algo en su interior atrajera con tenaz persistencia la preocupación más cara de su ser.

Los muchachos, sentados en los bancos de la escuela, levantan con frecuencia los ojos de los libros de estudio para mirar con avidez el camino que conduce al arroyo; luego, cuando al salir se sienten libres, se dirigen con alegría hacia el charco profundo, donde retozones y alegres van á bañarse.

Palabra del Dia

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