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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Podría decirse que esa inspiración descendió sobre él y se apoderó de su sér, elevándole constantemente sobre el discurso escrito que yacía ante sus ojos, llenándole con ideas que habían de parecerle á él mismo tan maravillosas como á su auditorio.
Desgraciadamente el cantor, con ser el bardo argentino, no está libre de tener que habérselas con la Justicia. El año 1840, entre un grupo de gauchos y a orillas del majestuoso Paraná, estaba sentado en el suelo, y con las piernas cruzadas, un cantor que tenía azorado y divertido a su auditorio con la larga y animada historia de sus trabajos y aventuras.
Hasta que al fin se cansó de no oír na que le emportase... ¡Ay, amigo del alma! me dijo santiguándose, tienes un pecho ¡líquido! ¡líquido! que en mi vida he visto otro igual... Eso ya lo sabía yo, D. Rafael... Al llegar aquí se detuvo repentinamente, y paseando una torva mirada por el auditorio, masculló sin que le oyesen: ¿De qué se reirán estos burros?
Todo parecía terminado, los asistentes estaban ya de pie, rodeando a nuestros abogados para saber el nombre de los compradores. Pero M. Brazier, el juez encargado de la venta, reclama de nuevo silencio, y el ujier pone en venta los cuatro lotes reunidos por dos millones ciento cincuenta o sesenta mil francos, no recuerdo bien. Un murmullo irónico circuló por el auditorio.
Un segundo más de lo regular basta á concluir la paciencia de un auditorio y á trocar su interés en hastío. Lázaro vió pasar este segundo sin notarlo. Indudablemente no se comprendieron el uno al otro. ¿Se despreciaron mutuamente? ¿Se temieron mutuamente? Tal vez empezaron por temerse; pero es lo cierto que acabaron por despreciarse.
Le aseguro que no dejaba de hallarme conmovido, cuando comencé esta mañana, ante un imponente auditorio, la lectura de esta acta irrevocable. Por mi parte interrumpió la señorita de Porhoet no tenía una sola gota de sangre en las venas. La primera parte del contrato, era tan conveniente para el enemigo, que lo creí todo perdido.
Está cayendo una copiosa nevada; aquí nos calentamos ante un fuego magnífico, y ustedes forman un auditorio muy de mi gusto; conque, prepárense a oírme. ¡Augusto! Ordene usted que cierren bien las puertas y tráigame aquel manuscrito que usted sabe.
Lázaro tenía el genio de la elocuencia. El lo conocía: estaba seguro de ello. Cada día que pasaba sin que un gran auditorio le escuchara, le parecía que se perdían en el vacío y en el silencio de un desierto aquellas voces admirables que sentía dentro de sí. No había tiempo que perder. Dijo á su abuelo que se iba á Madrid.
Cuando el presidente dio la orden de hacerla pasar, hubo un prolongado rumor en el auditorio, al cual siguió silencio sepulcral. Todos los ojos estaban vueltos hacia la puerta con expresión de intensa curiosidad. Pareció, al fin, la hija de Osuna. Vestía con modestia y elegancia al mismo tiempo.
Acerca del miedo de que no me quieran oír, asegurome muy seriamente que no sería yo el primero que hablase sin ser oído, y que como en esto más se trataba de hablar que de escuchar, más preciso era yo que mi auditorio. Ridículo es hablar me añadió no habiendo quien oiga; pero todavía sería peor oír sin haber quien hable.
Palabra del Dia
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