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Mas ya le podremos asi llamar, porque han dado los poetas en alabar alguna cosa, como el silencio, un número, lo negro, lo pequeño, y otras cosas, en que se quieren señalar y mostrar sus ingenios, aunque todo deve ir ordenado al fin que yo dixe, que es captar la benevolencia y atencion del auditorio.

El auditorio se indigna, pero permanece impasible, como árabe que es... Sid'Omar, dios de la ironía, se sonríe escuchando, reclinado en su almohadón, con la mirada abstraída y la boquilla de ámbar entre sus labios.

No diré precisamente que sea necio el decirse uno las cosas a mismo, porque al cabo, ¿dónde habían de encontrar ciertos hombres un auditorio indulgente si no hablasen consigo mismos? Lo que diré es que yo nací con buena memoria. ¡Ojalá fuera mentira!

El plan no tiene falla por ninguna parte. Y lo exponía con la sequedad de un grande hombre ofendido por la ignorancia de su auditorio. Fundar un Banco era cosa corriente en aquellos países. Cada semana nacía uno, según le había dicho Martorell. No había calle principal de Buenos Aires que no tuviese unos cuantos.

Ella y no la educación laica es la responsable del fenómeno. No vengo formulando teorías ni emito hipótesis caprichosas. Ante un auditorio como el que tengo el honor de hablar, necesito pesar el valor de mis palabras y de mis juicios.

No hallo el fin, y el fin ha de ser bueno ... ¡Dios mío, ampárame! Resumiré ... recapitularé ... pero ya no me acuerdo de lo que he dicho ... ¿Pediré perdón al auditorio?... No: eso es rebajarme...." Al fin le ocurrió la oración final, y la empezó; pero al llegar al final, otra oración se enlazó con ella, y con ésta otra, y otra, y otra.

El lector habrá visto, si ha asistido á algún sermón gerundiano, que á veces el predicador, no sabiendo qué medios emplear para conmover al femenino auditorio, alza los brazos, pone en blanco los ojos, y con tremenda voz nombra al demonio, diciendo que á todas se las va á llevar en las alforjas al Infierno; habrá visto cómo cunde el pánico entre las devotas: una llora, otra grita, ésta, se desmaya, aquélla principia á hacerse cruces, y la iglesia toda resuena con las voces alarmantes, el pataleo de los histéricos, el rumor de los suspiros y el retintín de las cuentas del rosario. ¿El lector ha visto esto?

Media hora llevaría en el uso de la palabra en medio del creciente entusiasmo del auditorio, cuando a uno de los próceres del escenario se le ocurrió que podía tener seca la boca y sería oportuno servirle un vaso de agua con azucarillo. Comunicada en voz baja la observación al presidente, éste interrumpió al orador, diciéndole: Si el señor Suárez está fatigado, puede descansar.

Y de lo que no cabe duda es que el casamiento resultó feliz. Lo malo es que la pobre señora Lammeter, antes señorita Osgood, murió antes de que sus hijos fueran grandes. Sea como fuera, en lo que concierne a la prosperidad de todo lo que es honorable, no hay familia que sea más considerada que ésa. Todo el auditorio del señor Macey había oído aquella historia repetidas veces.

Detenerse en esta mitad es caer, es peor que volver atrás, es peor que no haber empezado. Hay que optar entre los dos extremos: ó seguir adelante, ó maldecir la hora en que hemos nacido. Lázaro notó, mientras pronunciaba estos párrafos, que entre las mil figuras del auditorio, y allá en lo obscuro de un rincón, había una cara en cuyos ojos brillaban el entusiasmo y la ansiedad.