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Actualizado: 12 de junio de 2025


Finalmente, en esto, como en todo lo demás, se reconocía el gusto y la esplendidez de Rivera. Su aparición causó mágico efecto en el auditorio y fue saludado con una salva de aplausos. También a la intendenta se la aplaudió al salir.

Una voz elocuente resonaba dentro de él, y mudo y reconcentrado asistía á las maravillas é internas manifestaciones de su propio genio. Era auditorio de mismo, y le parecía que jamás había tenido el verbo humano frases más bellas, lógica más segura, entonación más vigorosa.

Cantantes incomparables, que ya han desaparecido, ponían en ella transportes de entusiasmo. El auditorio estallaba en aplausos frenéticos. Aquella maravillosa electricidad de la música apasionada, removía como con la mano, la musa de cerebros pesados o de corazones distraídos y comunicaba al más insensible de los espectadores aires de inspirado.

No hay duda de que sólo convirtiendo el tiempo presente en base de la acción, y buscando en él los elementos poéticos, es posible crear el verdadero drama nacional; pues éste, que debe encaminarse á mover el interés, del auditorio, ha de renunciar á todo aquello, que no sea comprensible al mismo y no le haga viva impresión, valiéndose de los sucesos y recuerdos de épocas anteriores ó de pueblos extraños, sólo en cuanto se asemejan á lo presente y puede ser entendido por los espectadores.

Tales pensamientos y otros de la misma estofa dominaban en el seráfico auditorio. Conociéndolo el orador, hubiera hecho alto y puesto punto final á su elocuencia; mas no tuvo tanta oportunidad, y siguió adelante.

Mas al terminarse el acto, cuando el célebre ¡Ah maledetto! del tenor, el tío Manolo tuvo la desgracia de soltar un gallo. Nunca había dado las notas altas muy claras y las temía mucho. En el auditorio se levantó un leve murmullo, al cual siguió un estrepitoso aplauso en testimonio de simpatía y perdón. Rivera, sin embargo, se desconcertó completamente y cantó lo que quedaba rematadamente mal.

De los demás personajes de mi auditorio, nada diré todavía. «¡Bravo, soberbio! exclamó Cantarranas aplaudiendo con fuerza y entusiasmándose, de tal modo, que se le saltó el mal pegado botón de la camisa, y las puntas del cuello postizo quedaron en el aire.» ¿Le gusta á usted mi pensamiento? preguntó la poetisa. Esto es el canevas tan sólo; después viene el estilo y....

Mientras Ester permanecía dentro de aquel círculo mágico de ignominia donde la crueldad de su sentencia parecía haberla fijado para siempre, el admirable orador contemplaba desde su púlpito un auditorio subyugado por el poder de su palabra hasta las fibras más íntimas de su múltiple sér. ¡El santo ministro en la iglesia! ¡La mujer de la letra escarlata en la plaza del mercado! ¿Qué imaginación podría hallarse tan falta de reverencia que hubiera sospechado que ambos estaban marcados con el mismo candente estigma?

Sin embargo objetó, no comprendo bien la importancia extraordinaria que da usted al Código de Napoleón desde el punto de vista femenino. Va usted a comprenderlo respondió el cura, muy contento por la atención de su auditorio.

Rigurosamente cierto: Voltaire hizo lo que todos; lo que aquel filósofo positivista que al terminar una conferencia negando la existencia del alma, anunció la próxima, diciendo a su auditorio: «el sábado, si Dios quiere, demostraré que no hay Dios». Por lo visto, eres todo un creyente dijo Ricardo. Yo , ché; ¿para qué negarlo?

Palabra del Dia

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