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Actualizado: 20 de julio de 2025
En medio de todo el lujo y esplendor de aquella regia mansión, ella surgía como una figura pálida y abandonada, con su tierno corazón juvenil destrozado por la pena de la muerte de su padre y por un terror que no se atrevía a declarar.
El trabajo no era mucho y su ociosidad casi completa le hacía aún más insoportables los días. No se atrevía a leer de nuevo los pocos libros que se había traído consigo y que se sabía ya de memoria. Sucedíanse las horas tan largas y tan vacías, le era la soledad tan odiosa, que llegó a apoderarse de su ánimo un profundo mal humor, una extraordinaria melancolía.
No me atrevía a pedir un pedazo de pan por temor de parecer importuno, y al mismo tiempo, sin vergüenza lo confieso, dirigía mi escrutadora observación a todos los sitios donde colegía que podían existir provisiones de boca.
El médico balbuceó algunas palabras y se despidió, porque le aguardaba su enfermo. El general se sentó tranquilamente en su cómodo sillón; Enrique, con la sonrisa en los labios, permaneció de pie junto a la chimenea; la Vizcondesa, entre sorprendida e indignada, quería hablar y no se atrevía a hacerlo.
¡Encerrarla porque llora!... exclamó la otra que en su timidez no se atrevía a contradecir a la Superiora . El caso merecía examinarse. Para preverlo todo indicó la vizcaína , avisaremos también al médico. ¿Y qué tiene que ver el médico...? En fin, yo no sé. Quien manda, manda. Pero me parecía... Ello podrá ser cosa física; pero ¿si no lo fuera?
Paz no se atrevía a responder, temerosa de un escándalo en tal sitio y por semejante ocasión: Engracia, sin permitirla avanzar, continuó: ¿Habrá Vd. creído que era la criá? Pues no señora... Don José y su novio de Vd. me tratan de igual a igual, y su novio de Vd. y mi Millán se llaman de tú... Conque, menos humos.
Había en ella buenos cuadros, bronces de mérito, encuadernaciones y grabados que merecían verse por un hombre de tan nobles aficiones y de tan buen gusto como él; sólo que Ángel, aunque muy reconocido a tan inmerecidas deferencias, no se atrevía a abusar de ellas ni juzgaba que debía hacerlo por entonces.
La mesa, en desorden, manchada de salsas, ensangrentada de vino tinto, y el suelo lleno de huesos arrojados por los comensales menos pulcros, indicaban la terminación del festín; Julián hubiera dado algo bueno por poderse retirar; sentíase cansado, mortificado por la repugnancia que le inspiraban las cosas exclusivamente materiales; pero no se atrevía a interrumpir la sobremesa, y menos ahora que se entregaban al deleite de encender algún pitillo y murmurar de las personas más señaladas en el país.
Julián reflexionaba en la rara coincidencia de los terrores de Nucha y los suyos propios; y, pensando alto, prorrumpía: Señorita, también esta casa..., vamos, no es por decir mal de ella, pero... es un poco miedosa. ¿No le parece? Los ojos de Nucha se animaron, como si el capellán le hubiese adivinado un sentimiento que no se atrevía a manifestar.
Había empleado gran parte de sus economías en rescatar á Julî y procurarle una cabaña donde vivir con el abuelo, y no se atrevia á acudir á Capitan Tiago, temiendo no interpretase el paso como un adelanto de la herencia que siempre le prometía.
Palabra del Dia
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